No recuerdo haberle visto nunca de mal humor. A pesar de las adversidades, los peligros y
las desgracias, Salchi siempre tenía una sonrisa y una pequeña anécdota o
historia para entretenerte y animarte.
Con estas pequeñas narraciones poco a poco habíamos ido conociendo gran
parte de sus batallas, pero no fue hasta aquel día, cuando nos relató toda su
historia.
Michelo que así se llamaba en realidad, Salchi para todo
el mundo, vivía en Milán, pertenecía al
“III reparto mobile di Milano Antisommossa” un poli antidisturbios para que nos
entendamos todos. Llevaba una vida
tranquila, solo aderezada por los partidos de los fines de semana donde eran
habituales las peleas entre los tifosi y por alguna que otra manifestación
esporádica, donde como el decía, tenían carta blanca para “abanicar” al
personal.
Todo cambio cuando llegaron los podridos. Los primeros casos, aislados, esporádicos,
recayeron sobre la policía normal, cojitrancos de la calle. Pero como los podridos eran muy
agresivos. Arañazos y mordiscos a los
agentes eran habituales, después de varias infecciones de agentes, ya nadie
quiso acercarse a ellos. ¿Entonces a
quien le toco? A los perfectamente pertrechados antidisturbios, con sus cascos
y protecciones los infectados tenían pocas opciones de causarles daño.
Aunque en un principio nadie en el cuerpo comprendía
porque ellos tenían que ocuparse de tipos enfermos, a la larga fue una suerte,
ya que esto nos preparo para lo que vino después. Así fue como descubrimos que para tumbarlos,
solo había una forma, reventándoles la cabeza.
A los primeros podridos los golpeábamos en piernas y troncos como
habitualmente hacíamos con los manifestantes, pero esto no servía para nada,
nos acababan doliendo los brazos y ellos seguían incansables intentando
mordernos. Hasta que un día
accidentalmente un golpe se escapo a la cabeza de uno de ellos y después de
soltar un liquido negruzco, cayó redondo.
Ese golpe lo cambio todo.
Fueron días en los que nos convertimos en ejecutores, los primeros casos los capturábamos y los
enviábamos al hospital, eso fue derivando
conforme aumentaba la frecuencia de su aparición, no había cura, eran demasiado peligrosos, se
les retiraba y se rellenaba un parte de muerte accidental. Aunque en ese momento se nos critico mucho y
hubo mucha polémica, el tiempo nos acabo dando la razón.
El día Z, cuando cambio el mundo, esa mañana durante el relevo, la unidad nocturna nos informo
que el numero de podridos en la ciudad era alarmantemente alto. Nuestro comisario me envío con mi unidad urgentemente al
aeropuerto, las fuerzas de carabinieri del aeropuerto no daban abasto ante la llegada masiva de gente. Todo el mundo quería coger un avión y
marcharse lo más lejos posible de una ciudad condenada. De alguna forma todos sabíamos que la
epidemia era imparable, los podridos estaban tomando la ciudad.
A primera hora de la mañana partimos al aeropuerto. Las
furgonetas nos tuvieron que soltar a un kilómetro de la terminal, cientos de coches bloqueaban
la entrada, el caos circulatorio era terrible. Todo el mundo intentaba llegar al
aeropuerto y algunos habían abandonado sus vehículos, para seguir el camino a
pie primero, corriendo después. Todo esto
había bloqueado el acceso al aeropuerto.
Llevaba toda la vida viviendo en Milano y nunca había visto
tal cantidad de gente acumulada en el aeropuerto, mucha gente histérica, mujeres, niños,
ancianos corriendo desesperados de un lado a otro. Gente que ofrecía fortunas por un billete de
avión. Peleas, robos y el ser humano, en
su más mísera expresión, peleaban por coger un avión y salir de allí y no les
importaba pisotear o aplastar a los demás.
Mis hombres y yo nos colocamos en fila, formando un cordón en la zona de los
detectores de metal que daban acceso al duttyfree, durante horas lidiamos y
contuvimos a la marea de gente que intentaba acceder a la zona de embarque,
solo unos pocos elegidos pudieron atravesar nuestro cordón, los que poseían un
billete de avión, otros muchos fueron
los que intentaron atravesarlo y se quedaron en el intento, solo cumpliamos ordenes.
A media mañana la cosa cambio, empezaron a llegar podridos
de la ciudad, lo que provocó una reacción de pánico sobre la gente, que al
verse atrapados por los podridos, se lanzaron sobre nosotros buscando una
salida desesperados, la gente nos atravesó como el mar a una muralla de arena,
nos arrolló pisoteando e hiriendo a varios de mis hombres.
Los que quedamos, pasamos de las ordenes y nuestro objetivo paso a ser frenar a los podridos. Ya no eramos un obstáculo en el legitimo afán de las personas por montar en un
avión y sobrevivir. Nuestra prioridad era construir
una barricada, con la que parapetarnos y frenar a los podridos que iban
llegando cada vez en mayor número hasta el aeropuerto. Eso daría el tiempo suficiente a la gente
para embarcar en algún avión o buscar otra salida. Creo que eso permitió salvar miles de vidas.
A media tarde una llamada de mi jefe, me insto a que
dejara lo que estuviera haciendo y me reuniera con el coronel de carabineros y
el director del aeropuerto en las oficinas centrales, nos necesitaban para una
misión de máxima prioridad. Dejé a mis hombres
en la barricada, frenando a los podridos y fui solo al encuentro del director.
Me esperaban en una sala de reunión, cuando entre me lleve
una sorpresa, no estaban rodeados de un gabinete de crisis, ocupados intentando
organizar la evacuación de la gente, estaban rodeados de un grupo de millonarios
y famosos, todos ellos salían habitualmente en la t.v. o tenían tal cantidad de
pasta que eran de sobra conocidos. Entre
ellos estaba Laura Stromboli una famosa presentadora, la mujer más guapa que
había visto nunca, morena con el pelo largo y cara de ángel. Me empezaron a hablar y me costo unos
segundos dejar de mirarla y prestarles atención.
Por exceso de confianza o por otras circunstancias se
habían quedado en tierra, sin avión, pero como suele pasar, la gente que tiene dinero,
tiene recursos. El director
del aeropuerto les había conseguido un avión para ellos. Solo que con el caos que reinaba por todo el
aeropuerto no podían llegar hasta el, ni siquiera con sus múltiples guardias de
seguridad tenían posibilidad de abrirse paso.
Para eso me necesitaban, querían que trajera a mis hombres y les
abriéramos paso hasta su avión.
En un principio intentaron imponérmelo como una orden,
pero ante mi rotunda negativa, empezaron a negociar. Lo primero que me ofrecieron fue dinero,
muchísimo dinero. En cualquier otra
situación, lo hubiera cogido y hubiera vivido el resto de mi vida como un
millonario, pero el mundo se iba al garete y el dinero ya no valía nada. Luego me ofrecieron un puesto en el avión, los bastardos quería que los llevara al avión
pero dejarme fuera, hijos de puta.
Volví a negarme y me preguntaron si lo hacia por mis hombres, conteste
que no. Mis hombres y yo
sabíamos que hoy íbamos a morir en el aeropuerto, nos quedaríamos en nuestro puesto mientras quedara una
persona a la que defender.
Les desee buena
suerte y me di la vuelta, quería volver con mis hombres lo antes posible. Entonces una mano se poso sobre mi hombro y
una bonita voz me susurro.
- ¿Agente puedo hablar con usted en privado?
– como me temía, era la voz de Laura.
Como un crío con su primer amor, empecé a temblar y la
conteste tartamudeando afirmativamente.
Ella agarro mi mano y me llevo a un aseo cercano a la sala de
reuniones. Era pequeño pero muy lujoso,
debía de ser un aseo privado del director del aeropuerto. Estaba claro que aquello era una encerrona,
pero quien podía negarse a una de las mujeres más guapas del mundo flirteando
contigo en el baño.
Ella empezó a susurrarme con su sexual voz, lo guapo y
fuerte que era, yo estaba paralizado y
ni siquiera me di cuenta de cómo se bajo la cremallera de su vestido, cayendo a
sus pies sobre el suelo. Ella quedo desnuda a
tan solo un metro de mi, en ropa
interior, con un conjunto de lencería negro que provoco en mi una erección, por
un segundo pensé que me estallaría el pantalón.
Entonces se arrodilló, se soltó el pelo y desabrochándome la bragueta
del pantalón, saco la polla y la masajeó, luego se la introdujo entera en la
boca. Me pellizqué para confirmar que
aquello no era un sueño. Me quite el
chaleco y todo el equipo atropelladamente, mientras ella sonreía por mi torpe
comportamiento, pero sin dejar de chuparme y lamerme durante un segundo. Ya no tenia excusa, había sucumbido a la
tentación, así que decidí que a lo hecho pecho. Le
quite la poca ropa que le
quedaba, tenia unas tetas espléndidas con los pezones muy oscuros y
puntiagudos. El pubis rasurado, dejando
tan solo un rectángulo de vello oscuro.
Me senté en la taza y la subí sobre mí a horcajadas. Ese era el
polvo de mi vida, en el que seguramente seria el último día de nuestra vida. Fueron pasando los minutos, me la follé por
delante, por detrás y en posturas que en cualquier otra circunstancia no me
hubiera siquiera planteado proponerla.
Ella, fuera por el motivo que fuera, no me negaba nada de
lo que la pedía. Cuando por fin
finalizamos ambos nos vestimos. Ella
estaba despeinada y con el traje manchado, mirándome y esperando. Yo simplemente moví la cabeza
afirmativamente. Me abrazo de alegría,
contenta, tenía mi promesa de que los escoltaríamos hasta su avión. Y no paraba de intentar convencerme para que
montara con ellos en el avión.
Salimos del aseo y volvimos a la sala de reuniones, allí
seguían todos, no se habían movido, quizás un poco mas nerviosos. Yo pase por delante de ellos y tan solo les
dije.
- Esperen aquí, volveré con algunos de mis
hombres e intentaremos llegar a ese avión. – dicho esto todos empezaron a
abrazarse dando saltos de alegría.
Eche una ultima mirada a Laura, que guapa era, no me lo
podía creer. Luego salí por la puerta de seguridad, haciéndome paso entre los
gorilas que la custodiaban.
Al otro lado de la puerta, un rápido vistazo me hizo ver
que había perdido demasiado tiempo, la luz del día se había ido y empezaba a
anochecer en el exterior. Ya no había
gente corriendo por todas partes, tan solo un grupo de personas arrodilladas
alrededor de alguien herido o enfermo.
Me acerque para interesarme por su estado, cuando atraídos por mi
presencia se levantaron. Mi sorpresa fue
mayúscula al ver que eran podridos, estaban devorando a un pobre guardia
jurado. El grupo se lanzo sobre mí como
una jauría de fieras hambrientas.
Desenfundé mi pistola y vacíe el cargador, tres de ellos cayeron, los
otros dos estaban demasiado cerca como para que me diera tiempo a volver a
cargar, el primero en llegar recibió un puñetazo
de karate “oi zuki” en el pecho que lo catapulto a varios metros de
distancia. Al segundo lo derribe de una
patada y en el suelo le destrocé el cráneo a base de golpes.
Luego volví a por el podrido que quedaba y después de
recibir mas porrazos que un saco de boxeo, acabo en el suelo soltando liquido
negro por la boca, habían tenido suerte de pillarme de buen humor.
Corrí hacia mis hombres, sentí un gran alivio cuando vi
que aun seguían aguantando tras la barricada, continuaban equipados y
parapetados frenando a los podridos que llegaban por la carretera. Además un gran número de civiles estaban
tras ellos, bajo su protección, con muchos niños, no querían separarse de mis
hombres que eran en lo único que los separaba de caer en manos de los podridos.
Organicé a
mis hombres haciendo un cuadrado, a la manera de las antiguas cohortes romanas,
dejando en el centro a los civiles y utilizando los escudos y las porras para
mantener alejados a los podridos que iban llegando. Cuando llegamos a las oficinas del
aeropuerto, los ricos vieron que llegábamos con numerosos civiles y no les hizo
mucha gracia, pero era lo que había, o íbamos todos o se buscaban la vida para
llegar al avión. Al final tuvieron que
pasar por el aro.
Volví a organizar a mis hombres alrededor de todos los
civiles, pero el número de personas era tan grande que ya no podíamos guardar
formación cerrada sin dejar espacios.
Además según avanzábamos por la terminal, personas rezagadas y
escondidas se unían a nosotros ante el convencimiento de que éramos el último
autobús. Luego, los que quedaran se las
tendrían que apañar solos contra los infectados.
Al llegar al Duttifree, nos topamos con un gran numero de
infectados, conforme nos vieron aparecer se abalanzaron sobre nosotros. Mis hombres formaron una barrera y tirando de
pistolas y de porras los frenamos, el problema es que no paraban de llegar,
parecía que toda la puta ciudad se había infectado y estaba allí para jodernos,
eran como hormigas, cada vez aparecían más y más podridos.
Al final tuvimos que aceptar que por allí no podíamos atravesar el aeropuerto, el tiempo corría en nuestra contra y el cansancio de mis hombres
acabaría por pasarnos factura si no hacíamos algo. Teníamos
que buscar otra manera de llegar al avión.
El director del
aeropuerto conocía otro camino.
Debíamos meternos por las cintas transportadoras del equipaje, un sitio
con poco espacio de maniobra y donde los podridos podrían aparecer de la
oscuridad sin tiempo para reaccionar, pero no había otra opción. El
Coronel de Carabinieri y un par de sus hombres se ofrecieron voluntarios para
guiarnos y abrir camino, eran los que mejor conocían las dependencias.
Yo iba con mis hombres a retaguardia, aguantando a los
podridos que nos perseguían.
Acabábamos de entrar en la zona de equipajes, con miles de
maletas tiradas, abandonadas, cuando todo el
mundo empezó a gritar delante de nosotros.
Había varios trabajadores infectados en la zona que se lanzaron sobre el
grupo. Nosotros no podíamos ayudar,
bastante teníamos con mantener a raya a los que nos perseguían. Escuchamos muchos disparos y gritos, estaba a punto
de mandar algunos hombres, cuando me informaron que no era necesario, los Carabinieri
y los guardaespaldas habían acabado con ellos. Seguimos avanzando y a cada poco
se sucedían los gritos primero y luego los disparos. Al llegar nosotros a la zona de los disparos,
ya solo quedaban los cuerpos de los infectados y de los civiles que se habían
llevado por delante, poco antes de la salida estaba el cuerpo del Coronel de
Carabinieri, al final, después de todo,
había muerto heroicamente.
Desde las cintas transportadoras accedimos directamente a
las pistas, con el inconveniente de que teníamos que atravesar medio aeropuerto
hasta llegar al hangar, donde nos esperaba el avión.
Atravesar las pistas fue una locura, un grupo de más de
cien personas juntas, al descubierto era un reclamo demasiado llamativo y el aeropuerto demasiado grande. Montamos en dos autobuses de transporte, repeliendo y atropellando algunos podridos que iban apareciendo. Al llegar al hangar, apareció una horda de podridos atraídos por el movimiento y el ruido de los autobuses, era muchos, imposible que
pudiéramos frenarlos. Cundió el pánico y todo el mundo arranco a correr
desesperada hacia el avión. Yo me
quede con mis hombres haciendo una línea de defensa entre los autobuses y el avión, consciente de que no
podríamos pararlos, pero si podríamos entretenerlos lo suficiente como para que
la gente llegara al avión y escapara.
Algunos como Laura, se despidieron antes de correr al
hangar. Me dio un beso y me dijo que no me dejara matar, que entre nosotros había
nacido algo muy bonito y otras gilipolleces por el estilo. Como no soy hombre de cerrarme puertas, le
conteste que no se preocupara, que pensaría
en ella (eso era cierto) y que la buscaría.
Al final entre lágrimas logré que se marchara. También recuerdo como algunos de los
guardaespaldas y civiles decidieron quedarse a nuestro lado en un gesto de
valentía. No obstante sin protecciones como llevábamos nosotros era
un suicidio así que les ordené que corrieran al hangar y se
encargaran de los podridos que sobrepasaran nuestra línea.
A mis hombres solo pude decirles unas breves palabras por
la apremiante llegada de la horda.
- Compañeros, la situación
de esta gente es desesperada, no los abandonaremos. Ha llegado el momento de repartir estopa, de meterles la porra por el culo, de
rematar a esos cabrones y abrirles el melón hasta que no les queden ganas de
volver a levantarse. Mucha
suerte, nos veremos en esta vida o en la otra. – dicho esto, cada uno nos
colocamos en posición defensiva.
Llegó
la horda y la frenamos con nuestros escudos, no pudieron romper nuestra línea a
pesar de ser cientos. Lástima
que al tratarse de campo abierto no tardaron en cercarnos, obligándonos a
replegarnos dentro de los autobuses para aguantar sus envites.
En
mitad de la batalla, uno de mis hombres señalo al avión, estaba saliendo del
hangar y se disponía a coger la pista de despegue. Los cabrones de los políticos no nos habían
esperado y despegaban sin nosotros. Algunos de mis hombres salieron de los autobuses y corrieron persiguiendo al avión, dando la espalda a la horda y cayendo
uno a uno. Los que quedamos luchando, viéndonos
abandonados y superados hicimos un ultimo esfuerzo, así que volví a arengar a
mis hombres.
- !Ya no hace falta que los retengamos mas tiempo, vamos a meterles caña, llevaros los podridos
que podáis por delante¡ - y dicho esto,
todos nos pusimos a gritar como posesos, disponiéndonos a lanzarnos contra los podridos en una
carga suicida.
Esta ultima carga suicida acabo con casi todos ellos, también con nosotros, estábamos muertos, tan solo quedábamos tres en pie y los podridos seguían llegando de la terminal, nos refugiamos dentro del autobús y a duras penas podíamos evitar que entraran.
Creíamos que nuestro momento había llegado, cuando el milagro apareció en forma de un helicóptero de combate A129 Mangosta del ejercito, volando sobre nosotros y con su fuego de cobertura barrió a todos los podridos que rodeaban el autobús, los destrozo literalmente.
Todo termino, la pista estaba sembrada de cadáveres. De mi unidad de antidisturbios solo quedábamos tres vivos, de los cuales uno tenía heridas o mordeduras que le causarían la muerte poco después.
Creíamos que nuestro momento había llegado, cuando el milagro apareció en forma de un helicóptero de combate A129 Mangosta del ejercito, volando sobre nosotros y con su fuego de cobertura barrió a todos los podridos que rodeaban el autobús, los destrozo literalmente.
Todo termino, la pista estaba sembrada de cadáveres. De mi unidad de antidisturbios solo quedábamos tres vivos, de los cuales uno tenía heridas o mordeduras que le causarían la muerte poco después.
Procedimos a rematar a los podridos que aun se movían y esperamos la llegada de otro helicóptero de rescate.
- ¿Y volviste a ver a Laura, “al pivon”? – pregunto Martos
interrumpiendo la historia.
- Claro que si, pero eso ya es otra historia que os contare otro
día – Dijo Salchi mientras se introducía en el saco de dormir.
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