martes, 5 de junio de 2012

SANGRE DE MI SANGRE


Aquella carretera la habría recorrido cientos de veces, gasolineras, cuarteles, granjas, todo lo que iba encontrando en el camino me resultaba familiar.   Estos meses de abandono apenas habían modificado el paisaje, todo seguía igual, la naturaleza no entendía de hecatombes, ni de epidemias. 

Conforme me acercaba iba planificando cada uno de los pasos a seguir, el objetivo era encontrar a mis hijos, amigos o algo que diera sentido al viaje que había realizado.    Mi primera parada estaba cerca, era el colegio de mi hijo, las posibilidades de encontrarlo allí eran remotas, pero Alejo estudiaba allí, comía allí y jugaba al basket allí y con sus 11 años  ese colegio era como su segunda casa y el refugio perfecto para resistir un asedio.

Estaba muy cerca del colegio, a un par de kilómetros apenas cuando me tope con un grupo de hombres armados, parecían una partida de caza.    Cuando advirtieron mi presencia se giraron hacia mí apuntándome con sus armas.

-         Tranquilos vaqueros, que no soy peligroso – Les dije mientras levantaba las manos donde pudieran verlas.
-         ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? – me interrogaron perplejos por mi presencia.
-         Mi nombre es Ivan Lamolevk,  me dirijo al colegio Mordor en busca de algún miembro de mi familia. - 

Fue nombrar Mordor y todos se miraron entre si nerviosos,  empezaron a cuchichear entre ellos, algo pasaba con ese colegio y casi seguro que estaba relacionado con su presencia aquí.

-         ¿Qué pasa con Mordor? ¿Qué sabéis? – Ahora era yo el que los interrogaba.
-         Antes de contestarte, dinos ¿que opinas de los infectados? – pensé un momento antes de contestar, porque me preguntaría esa tonteria.
-         ¿De los podridos?, pues que hay mantenerse lejos de ellos y que se ves uno cerca, volarle la cabeza. – Como no conocía la respuesta correcta, decidí responder la verdad.
-         Te lo hemos preguntado porque en ese colegio hay un grupo de niños infectados y sus familiares y profesores no nos dejan acabar con ellos.  Los tienen encerrados bajo llave en una sala e incluso los alimentan. – Me contó el que parecía que llevaba la voz cantante.
-         ¿Están locos?, ¿Por qué iban a hacer semejante estupidez? – no me podía creer que alguien cuidara de los podridos como si fueran mascotas.
-         Eso mismo pensamos nosotros, que están locos,  quieren creer que no han muerto, que solo están enfermos y esperan a que alguien encuentre una cura.  Nosotros hemos formado esta partida para acabar de una vez con esta locura.  Iremos al colegio y acabaremos con todos los infectados y si se interponen, allá ellos. – Estaban totalmente decididos a llevarse por delante al que fuera.
-         Si no os importa, me gustaría unirme a vuestra partida. – Rápidamente asintieron todos.    No debían de tener todas con ellos, cuando aceptaban la ayuda de un desconocido tan rápido.

Unos minutos después estábamos frente a la puerta del colegio, en el mismo sitio que antaño había recogido a mi hijo una y otra vez al salir de clase.   Yo miraba a mi alrededor y me empapaba en los recuerdos de otra época mas feliz y tranquila cuando un grito me devolvió al presente.

-         Abrir y dejarnos pasar¡¡¡ No nos obliguéis a usar la fuerza -  Gritaba con las manos puestas en la boca a modo de megáfono.
-         Marcharos de aquí, no sois bien recibidos, le pegaremos un tiro al que traspase esa puerta. -  Contesto una voz femenina que me resultó familiar..
-         Déjanos pasar Catalina, no queremos haceros daño – Insistió el hombre con tono paternalista.

Entonces fue cunado me di cuenta el porque la voz me resultaba familiar, Catalina era la profesora de mi hijo Alejo, era una chica joven y encantadora, siempre te recibía con una sonrisa en la cara y se dejaba la piel por los niños.  Recuerdo que el día que tenias tutoría con ella, eras la envidia del resto de los padres.   Sí Alejo estaba en el colegio, ella me lo diría.

Era el momento de cambiar de bando.  Monte el AK-47 y dispare al aire.

-         Tirar todas las armas al suelo – les ordene mientras los apuntaba con el AK.
-         Bastardo, traidor, cerdo….. -  A pesar de sus insultos todos fueron depositando sus armas en el suelo.
-         Ahora voy a pasar dentro del colegio, cuando entre recoger vuestra chatarra y largaos de aquí. -  les dije mientras caminaba hacia la puerta sin dejar de apuntarlos.
-         Catalina, soy Ivan Lamolevk, ¿me recuerdas? Déjame pasar. -  La verdad es que no me había planteado que hacer si ella no me dejaba entrar.

Chirrío el cerrojo de la puerta y poco a poco se fue abriendo.   Allí estaba ella, despeinada y con la ropa sucia, pero con los mismos preciosos ojos azules y la misma sonrisa que me encandilaba hace años.    Cuando entre se lanzo sobre mi y me dio un abrazo de desesperación y acto seguido se puso a llorar.

-         Tranquila,  ¿Qué ha pasado en el colegio? ¿Sabes donde esta mi hijo?  -  El corazón se me acelero esperando su respuesta, temiéndome lo peor.
-          No pudimos hacer nada, no sabíamos como se propagaba. Cuando empezó la epidemia aun no sabíamos nada y juntamos a todos los niños….. – Apenas se la entendía lo que decía, no paraba de llorar.
-         ¿Alejo donde esta? ¿esta vivo? -  Tenía el corazón en un puño.
-         Si esta vivo, esta con los demás infectados. -  Me dijo llorando e intentando darme ánimos.

Un gran abatimiento inundo mi cuerpo, solté el fusil y me deje caer al suelo.    Un montón de imágenes recorrió mi cerebro y por primera vez desde que recuerdo empecé a llorar, no quería, pero las lagrimas brotaban de mis ojos.  Todos aquellos momentos tristes y alegres pasaron por mi mente.

-         No están muertos, solo están enfermos. – Me repitió Catalina intentando consolarme.
-         ¿Cuántos? ¿Cuántos tenéis?– Le pregunte.
-         No lo se, trajeron cientos de niños enfermos y algunos adultos, al principio solo traían niños infectados,  luego los médicos y los profesores fueron contagiándose poco a poco, ahora solo quedamos tres para cuidarlos a todos.  Matilde la directora, la abuela de Miguel Stroboff y yo.  –  su voz sonó muy melancólica.

Cuando asimilé la situación y me sobrepuse, Catalina me guío por el colegio, todo estaba oscuro y fúnebre, era increíble que allí hubiera gente viviendo, solo quedaban escombros, ratas y telarañas.   Al final llegamos a una pequeña casa en una esquina del colegio, creo recordar que era de los guardeses, delante tenia un huerto donde estaba Matilde la directora labrando, me costo mucho reconocerla, en vez de un año parecía que habían pasado 10 para ella, estaba muy envejecida y maltratada.  Intente hablar con ella, pero estaba medio ida, hablando de Dios y de castigos divinos, había perdido prácticamente la razón.     Entramos en la casa y allí cocinando estaba una anciana que apenas podía tenerse en pie.   Entendí por lo que estaba pasando Catalina, debía de ser muy duro.

Después de cenar el caldo, Catalina y Matilde me llevaron a ver a los infectados, me guiaron por los pasillos oscuros del colegio con una vela.    Tras unos minutos de caminata por el túnel del terror, empezamos a escuchar gritos y golpes, descendimos una planta hasta llegar a lo que en su día fue el salón de reuniones.   Entramos en la sala de proyecciones y por una pequeña ventana pude atisbar una gran cantidad de infectados nerviosos y excitados por nuestra presencia.     Me choco la gran cantidad de niños que había, nunca vi tantos niños infectados.  Busque con la vista a mi hijo Alejo, no pude localizarlo, las caras de los infectaros taparon el pequeño orificio y decidimos que lo mejor era marcharnos.    El camino de regreso Matilde lo paso recitando plegarias y hablando del castigo divino.   Yo agarre de la mano a Catalina para darle ánimo y que sintiera que ya no estaba sola, que podía contar conmigo.

Cuando volvimos a la casa, dejé a las tres mujeres en el interior de la casa, les dije que no se preocuparan por mí, que ya encontraría un sitio donde dormir.   Minutos después había limpiado y preparado una pequeña caseta donde antaño se guardaba material deportivo, para pasar la noche dentro.   Hacia mucho que no fumaba, pero aquella noche antes de acostarme necesitaba un cigarrillo.   Me disponía a encenderlo cuando vi como una silueta acercarse, la reconocí rápido, se trataba de Catalina.

-         Hola, necesito hablar con alguien, Matilde me esta volviendo loca -  La hice un gesto para que se sentara a mi lado y la cogí la mano.

Pasamos horas hablando y consolándonos mutuamente, nuestras almas estaban unidas por la desgracia y sentirnos acompañados era un pequeño bálsamo a nuestras penas.   Luego cuando Catalina me dijo que tenía que marcharse, yo la pedí por favor que no lo hiciera, que no me dejara solo.   Ella se acerco a mí asintió y me beso en los labios.

De forma natural, ambos nos desnudamos, uno frente al otro, nos miramos y luego nos besamos, con cariño, con ternura.  Yo recordé como hace poco mas de un año había deseado este momento con todas mis fuerzas, ironías del destino.     Ella me reconoció que yo siempre le había resultado atractivo.   Hicimos el amor como si aquella fuera nuestra primera vez o quizás nuestra ultima vez.  La penetre lentamente, con suavidad, luego poco a poco aceleramos fruto de la pasión, de manera salvaje, una válvula de escape de la tensión.

- Por esto, es por lo que Dios nos ha castigado -   Nos interrumpió un grito a apenas a un metro de nosotros.

Catalina y yo estábamos desnudos abrazados en pleno acto sexual y allí observándonos a nuestra espalda, estaba Matilde mirando al cielo y gritando.

-         Pecadores, el mundo esta sucio, lo habéis ensuciado y pagareis por vuestros pecados. -  Sin nosotros llegar a contestarla Matilde,  se marcho en dirección al colegio.
-         ¿Dónde va esa loca? - Pregunte a Catalina preocupado.
-         Imagino que a la capilla a rezar, últimamente pasa mucho tiempo rezando y apenas habla con nosotras, será mejor que vayamos a buscarla - respondió Catalina levantándose y para mi desgracia empezando a vestirse.

Yo también me puse la ropa y de la mano de Catalina empezamos a buscar a Matilde.  Fuimos a la capilla, donde pensábamos que podía estar, allí no había nadie.      Luego recorrimos a oscuras el colegio buscándola infructuosamente,  al final decimos volver a la casa a esperarla.    De regreso un grito aterrador nos dejo a ambos paralizados, corrimos hacia el origen del grito.  Procedía del edifico donde estaba el salón de actos, de allí salía Matilde, ensangrentada y con varios niños zombis enganchados a ella por los dientes.

-         Dios mio¡¡¡ Dios mio¡¡ llévame contigo -  gritaba desesperada.

Matilde había perdido la razón y había soltado a los infectados, en pocos minutos el colegio entero seria un avispero.

Agarre a Catalina de la mano y corrimos.

-         Tienes que llegar a la casa y sacar de aquí a la señora Stroboff – pedí a Catalina mientras corriamos.
-         ¿Y tu?, no soportaría perder a nadie mas – me suplico que tuviera cuidado.
-         Intentare entretenerlos, luego me reuniré con vosotras -  dicho esto, solté la mano de Catalina y me dirigí hacia donde había dejado mis armas.

Llevaba las armas que necesitaba y tenía munición para acabar con más de cien podridos.     No era la primera vez que acababa con niños infectados, ni me asustaba enfrentarme  con tantos zombis.  Sabia que tenia que ser rápido antes de que se desperdigaran por todo el colegio.

Volví al lugar donde había visto por ultima vez a Matilde, estaba en el mismo sitio tirada en el suelo, era demasiado tarde para ella.   Los pequeños diablos que estaban encima suya advirtieron mi presencia y se lanzaron sobre mi.   Levante la katana y según fueron llegando los fui despachando.    Llegue hasta el cuerpo de Matilde,  en ese momento, volvía a levantarse como un zombi, con su cuerpo lleno de mordiscos y sus ojos apagados.   La dispare a bocajarro en la cabeza y eso fue un error fatal, provoco la atención de  todos los infectados, que  advirtieran mi presencia y me localizaran.      Cuando me quise dar cuenta una horda de zombis estaba casi encima mía, y era imposible acabar con todos a la vez, la había cagado.

-         Amigo tirate al suelo -  Sonó una voz familiar.

No sabía quien era, pero era la mejor opción.  Me lance al suelo y mire de donde había salido aquella voz.  Era La partida del pueblo, no pensé que me iba a alegrar de volver a verlos, pero así era.    Empezaron a disparar contra la horda y en unos minutos habían acabado con casi todos.

-         Ya les dije al resto, que estabas fingiendo, para introducirte en el colegio, que podíamos confiar en ti. – Me dijo el líder del grupo, dándome la mano para levantarme.

No me dio tiempo a responder cuando escuche a Catalina pedir socorro.   Corrí hacia la casa,  el grito provenía de allí.    En la puerta de la casa se encontraba Catalina gritando y pidiendo ayuda.

-         ¿Estas bien? ¿Qué te ha pasado? – la pregunte al llegar a su altura, suspirando de alivio al ver que estaba bien.
-         Es la señora Stroboff, uno de los niños esta dentro, la esta atacando. –

Entre en la casa con el AK-47  por delante, detrás de un sofá, se veían las piernas de la pobre señora Stroboff ya estaba muerta.   También se oía el sonido de uno de esos diablos devorándola.   Me acerque silenciosamente hasta colocarme detrás suya, luego lo encañone con el fusil, el podrido me presintió y se giro mirándome a los ojos.

-         Alejo¡¡¡¡¡¡¡¡¡ -  Grite.

Aquellos instantes se convirtieron en eternos, allí estábamos mi hijo y yo, mirándonos a punto de matarnos, o disparaba o de un momento a otro saltaría sobre mí.  Sus ojos eran diferentes, no eran los alegres ojos verdes que rebosaban vida, estaban apagados.     Aun así no podía dispararlo,  estaba bloqueado.   Alejo salto sobre mí.   En un acto reflejo lo esquive y me coloque sobre su espalda.       Lo ate una mano, luego la otra, lo amordacé la boca evitando que pudiera morderme.   Lo  cogí a cuestas y salí al exterior con el.

-         ¿Que diablos haces con ese podrido, amigo? – la misma voz que me había salvado minutos antes, ahora me interrogaba sobre mi hijo.

Levante la cabeza, allí estaba toda la partida, unos diez hombres armados.  Tenían sujeta  a Catalina y uno de ellos la empujo hacia nosotros.

-         Es mi hijo – respondí mientras lo dejaba en el suelo y sujetaba a Catalina.
-         No, ya no es tu hijo, ahora es un puto zombi, apártate -  ordeno apuntándome con su arma.

La tensión aumentaba por momentos, un montón de escopetas y rifles nos apuntaban a los tres unos pocos metros de distancia.  De un momento a otro dispararían, nos iban a fusilar.  Yo había tomado mi decisión, aquí acababan mis andanzas, pronto me reuniría con mis seres queridos.

Cuando menos te lo esperas, el demonio va y se pone de tu parte.   Si advertir su llegada, otra horda de zombis había llegado hasta allí, cuando los vimos era demasiado tarde, estábamos acorralados, los teníamos encima.       La partida del pueblo giro las armas que tenían preparadas para dispararnos a nosotros y las descargaron en la horda.  No fue suficiente, cientos de niños zombis seguían acercándose hambrientos.   Durante un tiempo aguantaron bien, luego en un momento determinado cundió el pánico entre el grupo.

-         Son demasiados, huid, escapar ¡!!!! – Grito desesperado el líder.

En un visto y no visto, todos salieron huyendo, intentando salvar sus vidas, esquivando y disparando a los infectados que los perseguían.   Yo volví a recoger a Alejo del suelo y agarre a Catalina de la mano,  corrimos juntos hacia la tapia mas cercana.

Cuando llegamos al muro,  deje a Alejo en el suelo y ayude a Catalina a trepar por el muro.    Una vez que Catalina estuvo arriba, a salvo, mire hacia mi espalda, los primeros zombis estaban llegando hasta nosotros.    No había tiempo para intentar subir a Alejo.   Desenfunde el revolver, mire el tambor, quedaba una única bala, levante el revolver y le apunte a la frente.

-         No por favor, es tu hijo, esta enfermo. – me grito desesperada Catalina desde lo alto del muro, temiéndose lo peor.

Mire a Alejo a los ojos, intentando ver a mi hijo, pero solo veía a una bestia luchando por soltarse de las ataduras que llevaba.   Busque la mirada de Catalina, me miraba llorando, implorando con la mirada que no lo hiciera, no lo comprendía.      Fueron los peores segundos de mi vida, ¿y si mi hijo estaba sufriendo?, yo era su padre y debía ser quien acabase con ese sufrimiento, a mi me correspondía.

El ultimo disparo de mi revolver reventó la cabeza del niño.    Debía de tener la edad de mi hijo más o menos, quizás fuera amigo suyo.       Llego muy rápido hasta mí.  Y en un acto reflejo lo dispare un segundo antes de que me mordiera.   Ahora desde lo alto del muro, veo a decenas de zombis alzando sus manos hacia nosotros.    Yo estuve mirando a mi hijo durante unos minutos, las lagrimas que me brotaban de los ojos caían sobre el.   

- Adiós hijo, pronto nos reuniremos en el cielo o en el infierno!!!!. -   Me despedí dejándolo con la horda.

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