viernes, 29 de junio de 2012

AQUAPONIC CITY



-    ¿Qué sitio es este? -  pregunto Catalina.
-    Debió ser un campamento de refugiados, sígueme, quizás encontremos algo útil –  respondí.

La batalla en aquel campamento tuvo que ser horrible, la enorme cantidad de cadáveres desmembrados por las explosiones o calcinados por el fuego eran el testigo mudo de lo que debió ser una agónica batalla que termino en carnicería.

Tras una minuciosa inspección sin encontrar ni rastro de armas, medicinas, gasolina o cualquier otra cosa útil, llamo mi atención un pequeño cuaderno medio enterrado bajo una piedra.   Era un diario de tapa negra un poco chamuscado, lo perdió alguien durante la batalla o en la huida.

-    ¿Qué es eso? ¿Qué has encontrado? – pregunto intrigada Catalina.
-    No es mas que el cuaderno, pero quizás contenga alguna información útil –  respondí sin saber si realmente lo hacia por morbo o por necesidad.

Antes de que pudiera abrir la primera página, un ruido nos sobresalto.    Ambos nos giramos al unísono y vimos a una distancia de unos 200 m. como un pequeño grupo de infectados habían advertido nuestra presencia y se acercaban furibundos.  

Agarre la mano de Catalina y corrimos en dirección al bosque por el que habíamos llegado.    Apenas habíamos dado los primeros pasos, cuando frente a nosotros emergieron del bosque media docena de podridos, lo peor no era la cantidad, era el ruido que provocaban y que seguro atraerían a mas.      Rápidamente gire 360 º en busca de una escapatoria.   La única salida era una montaña vertical muy escarpada, nosotros podríamos escalarla y ellos no.   Era muy peligroso, pero ya no había tiempo de pensar en otro plan, los podridos seguían acercándose.

Dejamos parte del equipo que llevamos en el suelo y empezamos a escalar hacia la cima.   A mitad de la ascensión mire al suelo y vi que abajo, a los pies de la montaña había congregados mas de 50 podridos, enrabietados, levantando las manos furiosos hacia nosotros.  Le dije a Catalina que no mirara abajo, ya estaba a pocos metros de la cima, cuando se apoyo en una piedra y esta cedió,  estaba cayendo sobre los podridos y a pesar de la altura no la materia el golpe, que seguramente lo amortiguarían los podridos, sino la horda de zombis que ya superaba la centena y se agitaban hambrientos a los pies de la montaña.    Me agarre con una mano a la roca y con la otra la enganche uno de sus brazos, el frenazo seco casi nos hace caer a ambos de la montaña, luego poco a poco la subí esta mi grieta.  Ella me abrazo durante varios minutos temblorosa, hasta que le paso el shock.

En ese momento vimos que una grieta en el saliente se introducía en el interior de la montaña, en el suelo el número de infectados superaba el medio millar. Inspeccionamos la pequeña grieta y la euforia se desato en nosotros cuando vimos  que se introducían hacia el corazón de la montaña, quizás tuviéramos escapatoria.  De momento lo único que podíamos hacer era dormir y reponer fuerzas, por la mañana la exploraríamos.

Al amanecer Catalina me despertó con un beso en la boca.    Luego me dijo que las buenas noticias era que el número de infectados no aumentaba, se había estabilizado en medio millar de furiosos podridos y aunque algunos conseguían ascender unos metros, rápidamente se despeñaban.   Las malas noticias eran que a la linterna apenas le quedaba energía, las pilas y  la mayor parte de las cosas que nos podían servir las habíamos dejado abajo.   Tan solo teníamos las cantimploras, un cuchillo y el diario que recogimos.

-    Voy a explorar la cueva, no tardare mucho, tu espérame aquí. – le dije a Catalina intentando trasmitirla serenidad.

Antes de entrar en la cueva mire atrás y vi que Catalina había recogido el diario y lo estaba leyendo.   Un rato después ya tenia claro que era un laberinto, a oscuras y sin conocer el camino era una lotería buscar la salida.  Cuando regrese Catalina seguía en la misma posición que la había dejado horas antes,  sin parar de leer.

-    ¿Algo de interés? – pregunte intrigado al ver que ella seguía inmersa en la lectura.
-    Es el diario de uno de los refugiados,  se llamaba Iván con tú y tenia 16 años cuando llego al campamento de refugiados.  

Es muy interesante, el chico era una especie de genio y lo internaron aquí junto con otros chicos que el gobierno consideraba que no debían exponerse a la infección.

     Narra como al principio fue como un campamento de verano, todos eran felices y no les faltaba de nada, tenían asignadas tareas y el daba clases de ajedrez a los demás chicos.     Cuenta como conoció a una chica llamada  Valentina y como se enamoraron y perdieron juntos la virginidad.

  Pero conforme la infección fue extendiéndose y se escapo al control de las autoridades, las cosas fueron cambiando en el campamento.    Primero dejaron de llegar material escolar, ropa y otros objetos.   Luego fueron la comida y los medicamentos se racionalizaron.   Fue entonces cuando empezaron las peleas y el trapicheo de contrabando.   Habíamos pasado de vivir a sobrevivir.

Un día los mismos chicos, a los que semanas antes impartía clases de ajedrez, le dieron una paliza para quitarle la comida y lo dejaron medio muerto.   Cuando salió del hospital se entero que Valentina no quería saber nada de el, que estaba enrollada con un militar.    Que pequeños grupos mafiosos que extorsionaban a los refugiados con el consentimiento y la complicidad de los militares.   Que la única manera de sobrevivir era matando y robando. 

Fue entonces cuando se decidió,  el no quería ser un ladrón o un asesino, solo podía mendigar o buscarse la vida trapicheando.     Se junto a un grupo de amigos que salían fuera del campamento por unos túneles, buscaban en el exterior cualquier cosa útil y luego lo vendían en el campamento.    Así vio a sus primeros infectados, hasta ese momento solo había oído rumores y noticias.     Al principio los encontraban de manera esporádica, luego el número fue aumentando y raro era el día que no tenían que destrozar el cráneo de algún podrido.

Como el tiempo fue adquiriendo fama y poder, el día que Valentina volvió a pedirle perdón, el la humillo y la obligo a satisfacer los deseos sexuales de todos sus amigos como venganza.   A esas alturas ya no era la misma persona, ya no le importaba matar, los hombres le obedecían y las mujeres lo deseaban.   Era el proveedor de los militares y le dejaban salir y entrar del campamento a su antojo.   Hasta el punto que llego a almacenar en unas cuevas cercanas, mas medicinas, gasolina y víveres que los que tenían en el campamento, era un pequeño rey.

-    Un momento¡¡ – la interrumpí.  - ¿No dirá en ese diario donde se encuentran esas cuevas? -   la pregunte convencido de que eran las nuestras.
-    No creerás que son estas¡¡ – me contesto incrédula.
-    Seguro que si, continua.

Parece ser, que en una de las salidas, tuvieron una escaramuza con los podridos y unos de sus hombres, recibió una herida.   El tipo no dijo nada y a la mañana siguiente se encontraron con la infección dentro del campamento.     Lo que ocurrió a continuación es lo mismo que en otros muchos campamentos y zonas seguras, disparos, pánico, fuego y una batalla perdida de antemano.

-    Bueno pues eso aclara las cosas, entramos dentro de la cueva y una de dos, o encontramos un tesoro o encontramos a la horda.   Me gusta. – Interrumpí en tono sarcástico.
-    Yo casi prefiero un término medio, que no encontremos ni lo uno ni lo otro.
-    Sea como sea tenemos que ponernos en marcha, de nada sirve quedarnos aquí.  A no ser que quieras echar el ultimo polvo. -  Catalina no contesto, simplemente puro cara de condescendiente y recogió lo poco que llevábamos.

Mi primera inspección a las cuevas me había dejado claro que se trataba de un laberinto.     Teníamos claro que teníamos que descender y que teníamos que darnos prisa, las linterna estaba cercana a su fin.    Poco a poco fueron pasando los minutos y no encontrábamos ninguna salida, ya en varias ocasiones habíamos tomado bifurcaciones que con las prisas no habíamos marcado, estábamos perdidos.

Estábamos hambrientos y muy cansados, llevábamos andado demasiado tiempo y sabíamos que de un momento a otro nos quedaríamos sin luz dentro del laberinto de cuevas.   ¿Qué mas nos podía pasar?   Fue entonces cuando una leve brisa nos levanto el ánimo y nos lleno de regocijo, en el exterior ni la hubiéramos notado, pero allí dentro,  agobiados y sudorosos la percibimos como un torrente de aire.   La seguimos hasta que al final de un pasillo vimos un poco de luz tras una roca.

Catalina y yo corrimos desesperados hacia la roca para nada, al llegar descubrimos que al otro lado de la roca se apelotonaban los podridos, habíamos llegado al pie de la montaña, al sitio donde habíamos dejado cientos de podridos y allí estaban todos.

Nuestra presencia no paso inadvertida para ellos y frenéticos empezaron a golpear la roca que hacia las veces de tapón o de puerta, si mal no me equivocaba en breve la roca estaría hecha añicos y los zombis dentro.    Agarre a Catalina del brazo y corrimos hacia el interior de las cuevas, a nuestra espalda los gritos y los golpes, además de que cada vez entraba mas luz del exterior, lo que significaba que la roca iba a desaparecer.

Después de unos minutos corriendo dejamos de escuchar a los podridos, paramos a recuperar el aliento y vimos delante de nosotros una bifurcación, el camino de la derecha ascendía, seguramente a la cima de la montaña.  El de la izquierda descendía, lo ilumine con la poca luz que quedaba y no se veía el final, en ese momento la linterna dejo de alumbrar.

A oscuras, sin aire apenas, cansados, desarmados y con la horda siguiéndonos los talones, Catalina me abrazo y me dijo.

-    Todo a terminado, rindámonos –
-    No, mientras nos quede aliento seguiremos luchando -  la dije mientras sujetaba su cara con mis manos y besaba sus lágrimas.

No había tiempo para más, el sonido de la horda volvía a escucharse cerca.  Cogí la mano de Catalina y tire de ella hacia el túnel de la izquierda,  no se si lo hice porque ya no era capaz de subir o por simple corazonada, pero allí estábamos ambos corriendo a oscuras por un túnel perseguidos por la horda zombie.    En ese momento el agotamiento y la tensión de la persecución provoco que Catalina tropezara cayendo de bruces al suelo, yo me detuve en seco para ayudarle cuando advertí que delante nuestra había un gran agujero, el fondo del mismo no podíamos verlo, pero la caída hubiese sido mortal del necesidad.      Era un agujero de lado a lado de la pared y unos 3 metros de largo.  No era natural, más bien parecía una trampa para podridos.   Catalina y yo tomamos carrerilla y saltamos, lo atravesamos sin dificultad y continuamos andando.   Apenas llevábamos unos metros caminados, cuando a nuestra espalda empezamos a oír como los podridos habían llegado al agujero y se estaban despeñando.   Por el momento estábamos seguros.


-    Soltad las armas y tiraros al suelo – Nos ordeno una voz que provenía de la oscuridad.

Sopese nuestras posibilidades y de momento solo podíamos esperar, le dije a Catalina que obedeciera y me tire al suelo, colocando las manos detrás de la cabeza.  Se acercaron andando un par de tipos con botas militares que nos alumbraron y nos cachearon.

-    ¿Quién coño sois vosotros, de donde habéis salido? – pregunto uno de ellos.
-    Tranquilos, nos perseguían los podridos y hemos llegado hasta aquí, no somos una amenaza –
-    Deberíamos pegaros un tiro en la cabeza, habéis llenado nuestra cueva de podridos, tenemos alarmas saltando por toda la cueva. – dijo uno de los tipos totalmente indignado.
-    No merece la pena gastar una bala, es mejor que se los demos directamente a los podridos para que den buena cuenta de ellos – intervino una mujer.
-    Venga levantaros, Ivan decidirá que hacemos con vosotros. – dijo el primero y Catalina y yo nos miramos preguntándonos si seria el Ivan del diario.

Seguimos avanzando por las laberínticas grutas.  Poco a poco fuimos cruzándonos con más gente, hasta que llego un momento que aquello parecía un hormiguero humano,  todos estaban ocupados en alguna labor y apenas perdían unos instantes en mirarnos intrigados.     Llegamos a una gran lago que parecía ser el centro de actividad de toda la comunidad, lo tenían iluminado y dentro había como una enorme piscifactoría,   salían unos tubos que iban hacia unos huertos y que volvía de nuevo al lago.     No entendía como, pero tenían luz, peces y plantas en el interior de la tierra.  De allí nos llevaron a otra gruta contigua donde había muchos niños jugando, a Catalina se le ilumino la cara al verlos, ella era profesora y los niños eran su debilidad.

Cuando llegamos hasta donde nos esperaba mi tocayo, ya nos tenían a ambos totalmente rendidos y admirados por los que habían conseguido aquí abajo.

-    ¿El ser humano es extraordinario verdad?, mi nombre es Iván – Por fin le conocíamos, por el diario sabíamos que ahora debía de tener 18 años aunque por el aspecto parecía un hombre mucho mayor, parecía un poco extraño.
-    Lo sabemos – se adelanto a contestar Catalina entregándole su diario.
-    Vaya mi viejo diario, si lo han leído tendré que matarlos, ¡¡¡es broma!!! – Catalina y yo nos habíamos llevado un susto de aúpa.  El tipo me empezaba a caer mal.
-    En serio, imagino que en el exterior las cosas continúan igual, si lo desean pueden quedarse con nosotros, hemos diseñado un sistema aquaponico que nos surte de energía y alimento.   También estamos estudiando nuevos sistemas de alimentación y de energía.    Lo único que les pedimos a los que se queden, es que respeten mis normas, aquí todos trabajamos y todos ayudamos.   Nadie posee nada y compartimos todo lo que tenemos – Ya daba por hecho que queríamos quedarnos en su mierda de cueva.
-    Estaremos encantados – respondió Catalina sin dejarme hablar.
-    No tan rápido, no se cual es vuestra relación,  pero debéis saber que aquí practicamos el sexo libre, cualquiera puede acostarse con cualquiera, la única norma es respetar el NO.   Si alguien dice NO, el sexo termina excepto si es conmigo claro, que no se acaba nunca. Je je  ¿Quizás ya no tengáis tantas ganas de quedaros? –   dijo devorando a Catalina con los ojos.

De momento no podíamos negarnos, así que mire a Catalina interrogándola con la mirada sobre lo que nos acababa de decir, ella me devolvió la mirada y asintió.    Para mi sorpresa estaba deacuerdo, imagino que esto seria un paraíso para ella en comparación con el caos y el holocausto del exterior.

Nos llevaron a unas cuevas perfectamente decoradas como si de habitaciones se trataran, con una canalización de agua y un desagüe,  después de descansar y asearnos fuimos a una gran sala donde se reunía casi todo el mundo para cenar, allí dentro había más de 100 personas y tenían alimentos de sobra para todos.   Cuando termino la cena, los niños se fueron todos a dormir y los adultos empezaron a besarse y magrearse, en parejas, tríos o grupos.  Todo el que quería participaba en la orgía y el que  no, los abandonaba en dirección a las habitaciones.    Catalina y yo estábamos atónitos cuando Ivan se acerco a nosotros.

-    Os hemos asignado ocupación, Catalina tu, iras a la escuela con los niños, nos hacen falta profesoras.  Ivan tu labor será mas peligrosa, te unirás a los exploradores y tendrás que salir al exterior. -  nos dijo mientras lanzaba una sonrisa a Catalina y ella le miraba embobada.
-    ¿Catalina me acompañarías a mi habitación? La pregunto. 

 Ella me miro indecisa como pidiéndome consejo, yo no podía decidir por ella,  sabía que no podía retenerla por la fuerza y asentí con la cabeza.   El la cogió de la mano y se la llevó hacia su habitación.   Yo mire a mí alrededor y vi varias chicas muy hermosas, pero ninguna me atraía, solo podía pensar en Catalina.  

Me dirigí hacia mi habitación, cuando un grito me llamo la atención, parecía Catalina.   Rápidamente corrí e dirección al grito.   Me llevo hasta la habitación de Ivan, de allí salían los gritos.   Cargué con el hombro contra la puerta.

-    No, por favor déjame -  Gritaba Catalina,  mientras Ivan la sujetaba las manos subido desnudo encima de ella.
-    Suéltala bastardo!!! -  le grite a la par que le propinaba un puñetazo en los morros.

Agarre a Catalina del brazo,  con la ropa hecha gironés, semidesnuda y en estado de shock.  La abrace, la bese y corrimos por los pasillos de las cuevas buscando la salida.   En ese momento pensé que seguir en esa dirección era un suicidio, íbamos hacia los podridos,    pero volver tampoco era buena idea, seguramente ya habría una partida de hombres armados buscándonos.    Decidí cambiar de dirección y dirigirnos a la piscifactoría, el agua tenía que entrar y que salir por algún sitio.  

Cuando llegamos a la piscifactoría nos quedamos inmóviles mirando el agua, no estaba claro que por allí pudiéramos escapar.    Teníamos que tomar una decisión, los gritos de los cazadores se oían cada vez más cercanos.  Me  desnude como Catalina  y saltamos al agua.   El lugar hacia donde fluía la corriente estaba sumergido, había que tomar aire y bucear una distancia que no conocíamos, era como una lotería.   Le pregunte a Catalina y me dijo que prefería morir a volver a las manos de ese tipo.   Nos sumergimos cuando las primeras balas empezaron a silbar sobre nuestras cabezas.  

El aire se terminaba y no parecía que fuéramos a encontrar una salida, mi único consuelo es que iba a morir viendo la imagen de Catalina desnuda, maravillosa ante mis ojos.    Unos metros después Catalina dejo de bucear, se estaba ahogando.  La agarre del cuello y continúe nadando, sin oxigeno casi sin esperanza cuando vi la luz, durante unos momentos dude si era la luz que todo el mundo dice ver, antes de morir o la luz del sol reflejada en el agua.

Cuando sacamos la cabeza ambos estábamos casi ahogados, yo tome aire rápidamente y se lo insufle a Catalina en un boca a boca desesperado.  Catalina expulso el agua de su interior y volvió a respirar, estábamos vivos y a salvo.    Bueno eso pensé hasta que levante la cabeza y vi a la horda esperándonos en la orilla.

martes, 5 de junio de 2012

SANGRE DE MI SANGRE


Aquella carretera la habría recorrido cientos de veces, gasolineras, cuarteles, granjas, todo lo que iba encontrando en el camino me resultaba familiar.   Estos meses de abandono apenas habían modificado el paisaje, todo seguía igual, la naturaleza no entendía de hecatombes, ni de epidemias. 

Conforme me acercaba iba planificando cada uno de los pasos a seguir, el objetivo era encontrar a mis hijos, amigos o algo que diera sentido al viaje que había realizado.    Mi primera parada estaba cerca, era el colegio de mi hijo, las posibilidades de encontrarlo allí eran remotas, pero Alejo estudiaba allí, comía allí y jugaba al basket allí y con sus 11 años  ese colegio era como su segunda casa y el refugio perfecto para resistir un asedio.

Estaba muy cerca del colegio, a un par de kilómetros apenas cuando me tope con un grupo de hombres armados, parecían una partida de caza.    Cuando advirtieron mi presencia se giraron hacia mí apuntándome con sus armas.

-         Tranquilos vaqueros, que no soy peligroso – Les dije mientras levantaba las manos donde pudieran verlas.
-         ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? – me interrogaron perplejos por mi presencia.
-         Mi nombre es Ivan Lamolevk,  me dirijo al colegio Mordor en busca de algún miembro de mi familia. - 

Fue nombrar Mordor y todos se miraron entre si nerviosos,  empezaron a cuchichear entre ellos, algo pasaba con ese colegio y casi seguro que estaba relacionado con su presencia aquí.

-         ¿Qué pasa con Mordor? ¿Qué sabéis? – Ahora era yo el que los interrogaba.
-         Antes de contestarte, dinos ¿que opinas de los infectados? – pensé un momento antes de contestar, porque me preguntaría esa tonteria.
-         ¿De los podridos?, pues que hay mantenerse lejos de ellos y que se ves uno cerca, volarle la cabeza. – Como no conocía la respuesta correcta, decidí responder la verdad.
-         Te lo hemos preguntado porque en ese colegio hay un grupo de niños infectados y sus familiares y profesores no nos dejan acabar con ellos.  Los tienen encerrados bajo llave en una sala e incluso los alimentan. – Me contó el que parecía que llevaba la voz cantante.
-         ¿Están locos?, ¿Por qué iban a hacer semejante estupidez? – no me podía creer que alguien cuidara de los podridos como si fueran mascotas.
-         Eso mismo pensamos nosotros, que están locos,  quieren creer que no han muerto, que solo están enfermos y esperan a que alguien encuentre una cura.  Nosotros hemos formado esta partida para acabar de una vez con esta locura.  Iremos al colegio y acabaremos con todos los infectados y si se interponen, allá ellos. – Estaban totalmente decididos a llevarse por delante al que fuera.
-         Si no os importa, me gustaría unirme a vuestra partida. – Rápidamente asintieron todos.    No debían de tener todas con ellos, cuando aceptaban la ayuda de un desconocido tan rápido.

Unos minutos después estábamos frente a la puerta del colegio, en el mismo sitio que antaño había recogido a mi hijo una y otra vez al salir de clase.   Yo miraba a mi alrededor y me empapaba en los recuerdos de otra época mas feliz y tranquila cuando un grito me devolvió al presente.

-         Abrir y dejarnos pasar¡¡¡ No nos obliguéis a usar la fuerza -  Gritaba con las manos puestas en la boca a modo de megáfono.
-         Marcharos de aquí, no sois bien recibidos, le pegaremos un tiro al que traspase esa puerta. -  Contesto una voz femenina que me resultó familiar..
-         Déjanos pasar Catalina, no queremos haceros daño – Insistió el hombre con tono paternalista.

Entonces fue cunado me di cuenta el porque la voz me resultaba familiar, Catalina era la profesora de mi hijo Alejo, era una chica joven y encantadora, siempre te recibía con una sonrisa en la cara y se dejaba la piel por los niños.  Recuerdo que el día que tenias tutoría con ella, eras la envidia del resto de los padres.   Sí Alejo estaba en el colegio, ella me lo diría.

Era el momento de cambiar de bando.  Monte el AK-47 y dispare al aire.

-         Tirar todas las armas al suelo – les ordene mientras los apuntaba con el AK.
-         Bastardo, traidor, cerdo….. -  A pesar de sus insultos todos fueron depositando sus armas en el suelo.
-         Ahora voy a pasar dentro del colegio, cuando entre recoger vuestra chatarra y largaos de aquí. -  les dije mientras caminaba hacia la puerta sin dejar de apuntarlos.
-         Catalina, soy Ivan Lamolevk, ¿me recuerdas? Déjame pasar. -  La verdad es que no me había planteado que hacer si ella no me dejaba entrar.

Chirrío el cerrojo de la puerta y poco a poco se fue abriendo.   Allí estaba ella, despeinada y con la ropa sucia, pero con los mismos preciosos ojos azules y la misma sonrisa que me encandilaba hace años.    Cuando entre se lanzo sobre mi y me dio un abrazo de desesperación y acto seguido se puso a llorar.

-         Tranquila,  ¿Qué ha pasado en el colegio? ¿Sabes donde esta mi hijo?  -  El corazón se me acelero esperando su respuesta, temiéndome lo peor.
-          No pudimos hacer nada, no sabíamos como se propagaba. Cuando empezó la epidemia aun no sabíamos nada y juntamos a todos los niños….. – Apenas se la entendía lo que decía, no paraba de llorar.
-         ¿Alejo donde esta? ¿esta vivo? -  Tenía el corazón en un puño.
-         Si esta vivo, esta con los demás infectados. -  Me dijo llorando e intentando darme ánimos.

Un gran abatimiento inundo mi cuerpo, solté el fusil y me deje caer al suelo.    Un montón de imágenes recorrió mi cerebro y por primera vez desde que recuerdo empecé a llorar, no quería, pero las lagrimas brotaban de mis ojos.  Todos aquellos momentos tristes y alegres pasaron por mi mente.

-         No están muertos, solo están enfermos. – Me repitió Catalina intentando consolarme.
-         ¿Cuántos? ¿Cuántos tenéis?– Le pregunte.
-         No lo se, trajeron cientos de niños enfermos y algunos adultos, al principio solo traían niños infectados,  luego los médicos y los profesores fueron contagiándose poco a poco, ahora solo quedamos tres para cuidarlos a todos.  Matilde la directora, la abuela de Miguel Stroboff y yo.  –  su voz sonó muy melancólica.

Cuando asimilé la situación y me sobrepuse, Catalina me guío por el colegio, todo estaba oscuro y fúnebre, era increíble que allí hubiera gente viviendo, solo quedaban escombros, ratas y telarañas.   Al final llegamos a una pequeña casa en una esquina del colegio, creo recordar que era de los guardeses, delante tenia un huerto donde estaba Matilde la directora labrando, me costo mucho reconocerla, en vez de un año parecía que habían pasado 10 para ella, estaba muy envejecida y maltratada.  Intente hablar con ella, pero estaba medio ida, hablando de Dios y de castigos divinos, había perdido prácticamente la razón.     Entramos en la casa y allí cocinando estaba una anciana que apenas podía tenerse en pie.   Entendí por lo que estaba pasando Catalina, debía de ser muy duro.

Después de cenar el caldo, Catalina y Matilde me llevaron a ver a los infectados, me guiaron por los pasillos oscuros del colegio con una vela.    Tras unos minutos de caminata por el túnel del terror, empezamos a escuchar gritos y golpes, descendimos una planta hasta llegar a lo que en su día fue el salón de reuniones.   Entramos en la sala de proyecciones y por una pequeña ventana pude atisbar una gran cantidad de infectados nerviosos y excitados por nuestra presencia.     Me choco la gran cantidad de niños que había, nunca vi tantos niños infectados.  Busque con la vista a mi hijo Alejo, no pude localizarlo, las caras de los infectaros taparon el pequeño orificio y decidimos que lo mejor era marcharnos.    El camino de regreso Matilde lo paso recitando plegarias y hablando del castigo divino.   Yo agarre de la mano a Catalina para darle ánimo y que sintiera que ya no estaba sola, que podía contar conmigo.

Cuando volvimos a la casa, dejé a las tres mujeres en el interior de la casa, les dije que no se preocuparan por mí, que ya encontraría un sitio donde dormir.   Minutos después había limpiado y preparado una pequeña caseta donde antaño se guardaba material deportivo, para pasar la noche dentro.   Hacia mucho que no fumaba, pero aquella noche antes de acostarme necesitaba un cigarrillo.   Me disponía a encenderlo cuando vi como una silueta acercarse, la reconocí rápido, se trataba de Catalina.

-         Hola, necesito hablar con alguien, Matilde me esta volviendo loca -  La hice un gesto para que se sentara a mi lado y la cogí la mano.

Pasamos horas hablando y consolándonos mutuamente, nuestras almas estaban unidas por la desgracia y sentirnos acompañados era un pequeño bálsamo a nuestras penas.   Luego cuando Catalina me dijo que tenía que marcharse, yo la pedí por favor que no lo hiciera, que no me dejara solo.   Ella se acerco a mí asintió y me beso en los labios.

De forma natural, ambos nos desnudamos, uno frente al otro, nos miramos y luego nos besamos, con cariño, con ternura.  Yo recordé como hace poco mas de un año había deseado este momento con todas mis fuerzas, ironías del destino.     Ella me reconoció que yo siempre le había resultado atractivo.   Hicimos el amor como si aquella fuera nuestra primera vez o quizás nuestra ultima vez.  La penetre lentamente, con suavidad, luego poco a poco aceleramos fruto de la pasión, de manera salvaje, una válvula de escape de la tensión.

- Por esto, es por lo que Dios nos ha castigado -   Nos interrumpió un grito a apenas a un metro de nosotros.

Catalina y yo estábamos desnudos abrazados en pleno acto sexual y allí observándonos a nuestra espalda, estaba Matilde mirando al cielo y gritando.

-         Pecadores, el mundo esta sucio, lo habéis ensuciado y pagareis por vuestros pecados. -  Sin nosotros llegar a contestarla Matilde,  se marcho en dirección al colegio.
-         ¿Dónde va esa loca? - Pregunte a Catalina preocupado.
-         Imagino que a la capilla a rezar, últimamente pasa mucho tiempo rezando y apenas habla con nosotras, será mejor que vayamos a buscarla - respondió Catalina levantándose y para mi desgracia empezando a vestirse.

Yo también me puse la ropa y de la mano de Catalina empezamos a buscar a Matilde.  Fuimos a la capilla, donde pensábamos que podía estar, allí no había nadie.      Luego recorrimos a oscuras el colegio buscándola infructuosamente,  al final decimos volver a la casa a esperarla.    De regreso un grito aterrador nos dejo a ambos paralizados, corrimos hacia el origen del grito.  Procedía del edifico donde estaba el salón de actos, de allí salía Matilde, ensangrentada y con varios niños zombis enganchados a ella por los dientes.

-         Dios mio¡¡¡ Dios mio¡¡ llévame contigo -  gritaba desesperada.

Matilde había perdido la razón y había soltado a los infectados, en pocos minutos el colegio entero seria un avispero.

Agarre a Catalina de la mano y corrimos.

-         Tienes que llegar a la casa y sacar de aquí a la señora Stroboff – pedí a Catalina mientras corriamos.
-         ¿Y tu?, no soportaría perder a nadie mas – me suplico que tuviera cuidado.
-         Intentare entretenerlos, luego me reuniré con vosotras -  dicho esto, solté la mano de Catalina y me dirigí hacia donde había dejado mis armas.

Llevaba las armas que necesitaba y tenía munición para acabar con más de cien podridos.     No era la primera vez que acababa con niños infectados, ni me asustaba enfrentarme  con tantos zombis.  Sabia que tenia que ser rápido antes de que se desperdigaran por todo el colegio.

Volví al lugar donde había visto por ultima vez a Matilde, estaba en el mismo sitio tirada en el suelo, era demasiado tarde para ella.   Los pequeños diablos que estaban encima suya advirtieron mi presencia y se lanzaron sobre mi.   Levante la katana y según fueron llegando los fui despachando.    Llegue hasta el cuerpo de Matilde,  en ese momento, volvía a levantarse como un zombi, con su cuerpo lleno de mordiscos y sus ojos apagados.   La dispare a bocajarro en la cabeza y eso fue un error fatal, provoco la atención de  todos los infectados, que  advirtieran mi presencia y me localizaran.      Cuando me quise dar cuenta una horda de zombis estaba casi encima mía, y era imposible acabar con todos a la vez, la había cagado.

-         Amigo tirate al suelo -  Sonó una voz familiar.

No sabía quien era, pero era la mejor opción.  Me lance al suelo y mire de donde había salido aquella voz.  Era La partida del pueblo, no pensé que me iba a alegrar de volver a verlos, pero así era.    Empezaron a disparar contra la horda y en unos minutos habían acabado con casi todos.

-         Ya les dije al resto, que estabas fingiendo, para introducirte en el colegio, que podíamos confiar en ti. – Me dijo el líder del grupo, dándome la mano para levantarme.

No me dio tiempo a responder cuando escuche a Catalina pedir socorro.   Corrí hacia la casa,  el grito provenía de allí.    En la puerta de la casa se encontraba Catalina gritando y pidiendo ayuda.

-         ¿Estas bien? ¿Qué te ha pasado? – la pregunte al llegar a su altura, suspirando de alivio al ver que estaba bien.
-         Es la señora Stroboff, uno de los niños esta dentro, la esta atacando. –

Entre en la casa con el AK-47  por delante, detrás de un sofá, se veían las piernas de la pobre señora Stroboff ya estaba muerta.   También se oía el sonido de uno de esos diablos devorándola.   Me acerque silenciosamente hasta colocarme detrás suya, luego lo encañone con el fusil, el podrido me presintió y se giro mirándome a los ojos.

-         Alejo¡¡¡¡¡¡¡¡¡ -  Grite.

Aquellos instantes se convirtieron en eternos, allí estábamos mi hijo y yo, mirándonos a punto de matarnos, o disparaba o de un momento a otro saltaría sobre mí.  Sus ojos eran diferentes, no eran los alegres ojos verdes que rebosaban vida, estaban apagados.     Aun así no podía dispararlo,  estaba bloqueado.   Alejo salto sobre mí.   En un acto reflejo lo esquive y me coloque sobre su espalda.       Lo ate una mano, luego la otra, lo amordacé la boca evitando que pudiera morderme.   Lo  cogí a cuestas y salí al exterior con el.

-         ¿Que diablos haces con ese podrido, amigo? – la misma voz que me había salvado minutos antes, ahora me interrogaba sobre mi hijo.

Levante la cabeza, allí estaba toda la partida, unos diez hombres armados.  Tenían sujeta  a Catalina y uno de ellos la empujo hacia nosotros.

-         Es mi hijo – respondí mientras lo dejaba en el suelo y sujetaba a Catalina.
-         No, ya no es tu hijo, ahora es un puto zombi, apártate -  ordeno apuntándome con su arma.

La tensión aumentaba por momentos, un montón de escopetas y rifles nos apuntaban a los tres unos pocos metros de distancia.  De un momento a otro dispararían, nos iban a fusilar.  Yo había tomado mi decisión, aquí acababan mis andanzas, pronto me reuniría con mis seres queridos.

Cuando menos te lo esperas, el demonio va y se pone de tu parte.   Si advertir su llegada, otra horda de zombis había llegado hasta allí, cuando los vimos era demasiado tarde, estábamos acorralados, los teníamos encima.       La partida del pueblo giro las armas que tenían preparadas para dispararnos a nosotros y las descargaron en la horda.  No fue suficiente, cientos de niños zombis seguían acercándose hambrientos.   Durante un tiempo aguantaron bien, luego en un momento determinado cundió el pánico entre el grupo.

-         Son demasiados, huid, escapar ¡!!!! – Grito desesperado el líder.

En un visto y no visto, todos salieron huyendo, intentando salvar sus vidas, esquivando y disparando a los infectados que los perseguían.   Yo volví a recoger a Alejo del suelo y agarre a Catalina de la mano,  corrimos juntos hacia la tapia mas cercana.

Cuando llegamos al muro,  deje a Alejo en el suelo y ayude a Catalina a trepar por el muro.    Una vez que Catalina estuvo arriba, a salvo, mire hacia mi espalda, los primeros zombis estaban llegando hasta nosotros.    No había tiempo para intentar subir a Alejo.   Desenfunde el revolver, mire el tambor, quedaba una única bala, levante el revolver y le apunte a la frente.

-         No por favor, es tu hijo, esta enfermo. – me grito desesperada Catalina desde lo alto del muro, temiéndose lo peor.

Mire a Alejo a los ojos, intentando ver a mi hijo, pero solo veía a una bestia luchando por soltarse de las ataduras que llevaba.   Busque la mirada de Catalina, me miraba llorando, implorando con la mirada que no lo hiciera, no lo comprendía.      Fueron los peores segundos de mi vida, ¿y si mi hijo estaba sufriendo?, yo era su padre y debía ser quien acabase con ese sufrimiento, a mi me correspondía.

El ultimo disparo de mi revolver reventó la cabeza del niño.    Debía de tener la edad de mi hijo más o menos, quizás fuera amigo suyo.       Llego muy rápido hasta mí.  Y en un acto reflejo lo dispare un segundo antes de que me mordiera.   Ahora desde lo alto del muro, veo a decenas de zombis alzando sus manos hacia nosotros.    Yo estuve mirando a mi hijo durante unos minutos, las lagrimas que me brotaban de los ojos caían sobre el.   

- Adiós hijo, pronto nos reuniremos en el cielo o en el infierno!!!!. -   Me despedí dejándolo con la horda.