Intentaba apartarme de las grandes ciudades. Siempre que
podía, dejaba a un lado cualquier atisbo de civilización. Y aunque el peligro
zombie disminuía, no dejaban de aparecer
nuevos problemas.
Seguían cayendo los números en el cuentakilómetros de aquel
decrépito coche, que amenazaba con dejarme tirado en cualquier momento. Me
hallaba en pleno desierto, con apenas un sorbo de agua en el botellín de
plástico, y sin nada que llevarme a la boca. El estómago me lo recordaba de
cuando en cuando. Estaba claro que si quería llegar a algún sitio tenia que
encontrar agua y alimentos pronto y, sobre todo, cambiar de vehículo.
Las estaciones de servicio en el desierto están muy
desperdigadas entre sí, y es frecuente recorrer incluso un par de cientos de
kilómetros entre una y la siguiente. Así que, cuando por fin vi el cartel que
advertía que la próxima estaba ya a tan solo unos pocos kilómetros, sentí un
enorme alivio.
- Uff, hubiera sido una cruel ironía del destino conseguir
escapar sano y salvo de un Apocalipsis zombie para luego ir a morir de sed en
mitad del desierto.
Divisaba ya los surtidores a pocos metros de distancia, por
lo que aminoré la velocidad, mientras comprobaba que la escopeta y la pistola
estaban preparadas para ser usadas. Caía la noche.
Observé las inmediaciones del área de descanso: A primera
vista todo parecía en calma. Se trataba de un humilde complejo compuesto por
tres edificaciones: Un motel, -de ocho o diez habitaciones-, un taller mecánico
y un pequeño restaurante, además de la gasolinera. Detuve el coche delante de
un surtidor al tiempo que echaba un vistazo hacia la oficina y el restaurante.
No se veía un cristiano, ni rastro alguno de seres vivos… quizás estuvieran
todos muertos ya, o tal vez quienes trabajaban aquí huyeran hacia sus ciudades
cuando comenzó el desastre. Por si acaso, dejé el coche en marcha mientras
repostaba.
Mi mirada se detuvo en el aparcamiento del motel. Me llamó
la atención que allí había dos vehículos: Delante había una vieja camioneta
Ford, pero detrás de ésta se intuía un 4x4. Así que me fijé con más
detenimiento y efectivamente, había allí un flamante todoterreno, un Range
Rover de alta gama. Un coche potente y poderoso, capaz de abrirse paso en
prácticamente cualquier sitio. En otras palabras: Justo lo que yo necesitaba……
así que no me lo pensé dos veces, solté la manguera del surtidor y me dirigí
hacia allí.
El Range Rover estaba cerrado, por lo que decidí entrar al
motel a buscar las llaves. Acaricié el gatillo de mi escopeta calibre 12,
cargada con cinco cartuchos doble cero, y abrí la puerta de la recepción. Me
acerqué hasta la puerta de la primera de las habitaciones, la número 11. Giré
el pomo y la puerta se abrió, así que entré. Allí tampoco había señales de
vida, la cama estaba hecha y la habitación limpia y recogida. Recordé entonces
que llevaba treinta y seis horas sin dormir y que estaba muy, muy cansado.
Evalué mentalmente la posibilidad de quedarme a dormir allí.
Aquel sitio parecía seguro, no había rastro alguno de los podridos, y que coño:
me apetecía mucho dormir en una cama decente. Además, seguro que también podría
darme una ducha rápida y lavarme el pelo. Lo necesitaba.
Una vez que decidí pasar la noche allí, se hacía necesario
hacer una inspección minuciosa de todo el complejo. Me eché la escopeta a la espalda y empuñé la
pistola y la linterna. Salí al patio y me dirigí al taller. Solamente algunas
herramientas que podrían serme útiles me llamaron la atención, más tarde
volvería a por ellas.
El restaurante estaba
cerrado, pero no me costó forzar la puerta. Estaba todo a oscuras, y olía a
comida en mal estado, pero encontré una estantería con agua embotellada y
varias latas de comida: Guisantes, judías, atún, sardinas, … más que suficiente
para unos cuantos días. Abrí una lata de mejillones que devoré en cinco
segundos y eché un trago de una lata de coca. También cogí una botella de
whisky escocés, por si más tarde podía permitirme un rato de relax y un par de
habanos secos que quedaban en una caja de Montecristo.
Ya solo me quedaba retomar la inspección en el motel. Era
primordial encontrar las llaves del Range Rover, pero también debía revisar
todas las habitaciones una a una, y elegir la más segura para dormir a pierna
suelta.
En el pasillo había diez habitaciones, todas vacías y sin
rastro de inquilinos. En ninguna de ellas encontré las llaves del coche. En un
aseo encontré un frasco de jabón líquido que puse en mi mochila. Y en un
armario empotrado había un par de mantas viejas y algo roídas pero que
seguramente me serían útiles. Las cogí también y salí de nuevo al pasillo. Al
final de éste había una puerta de ojo de buey y una escalera que llevaba hasta
la terraza. Subí y me encontré con un tendedero y lo que parecía ser un cuarto
trastero.
De pronto, escuché unos ruidos que provenían del interior
del trastero. Podridos, sin duda, - pensé - los gruñidos no dejaban lugar a la
duda. Me habían olido y empezaban a sobreexcitarse. Debían ser tres, cuatro a lo sumo. Observé
que la puerta estaba cerrada desde fuera. Evidentemente, alguien los había
encerrado allí. Me acerqué hasta la puerta para comprobar que estaba bien
cerrada cuando alguien habló a mi espalda:
- ¡Deténgase,
no toque esa puerta! – Una voz firme a la vez que dulce sonó a mi espalda.
Me giré sobre mis talones sobresaltado. La luz de la luna me
mostraba la silueta perfecta de una mujer morena, alta y delgada, de larga
melena que iba armada con un cuchillo de cocina. Tenía un precioso rostro.
Rasgos finos, nariz perfecta acompañada de unos grandes ojos verdes y largas pestañas,
que junto a unos labios generosos y pronunciados y unos pómulos ligeramente
acentuados, la hacían muy, muy deseable….. Para más Inri, vestía unos leggings
tipo vaquero, muy ajustados, y un jersey corto de cachemire color blanco, de
cuello alto, muy ceñido, que consiguió desviar mi atención inmediatamente hacia
sus firmes y espléndidos pechos.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Durante unos segundos no
pude siquiera pronunciar palabra. Sentí que ella también se dio cuenta del
deseo que acababa de despertar en mi, y
observé que bajó su cuchillo y desvió su mirada apenas un instante a mi
entrepierna.
En ese momento, mi erección era ya muy evidente. Decidí
romper el silencio.
- ¡Hola!, Tranquilízate, no tienes de que preocuparte, que
no tenía intención de abrir, sino todo lo contrario, solo comprobaba que la
puerta está bien cerrada y es segura…. ¿Sabes cuántos podridos hay ahí
dentro? Por cierto, … ¿Quién eres? -
Llevo un rato dando vueltas y buscando a supervivientes y no había visto a
nadie, pensaba que este lugar estaba desierto ¿Trabajabas aquí? – pregunté para
iniciar conversación, si bien resultaba evidente que se trataba de una
“señorita bien” a quien la Infección le había pillado de viaje en carretera.
- Me llamo Ana. Llegamos aquí hace dos días, íbamos camino
de la costa.
- ¿llegamos? … ¿Quiénes? - pregunté
Ella dudó un instante…. – Ven por favor, sígueme, aquí no
estoy tranquila, vamos a un lugar seguro y te cuento con detalle – dijo,
mientras tomaba mi mano. …. La seguí como un corderillo, caminando tras ella
sin poder dejar de examinar su excelso trasero, donde intuía que se dibujaban
las líneas de su minúscula tanguita.
Bajamos nuevamente a la recepción del hotel. Tras el
mostrador de recepción, había un pequeño recibidor y tras éste una cortina.
Antes se me había pasado mirar allí,
- ¡menudo fallo! - Atravesamos la pequeña instancia y
cruzamos la cortina. Detrás había una pequeña escalera que daba a lo que
probablemente fueran las instalaciones de la portería. Efectivamente, entramos en
un coqueto y pequeño pisito de soltero compuesto por dos dormitorios, un baño,
y un pequeño cuarto de estar con cocina americana. Dos niños, gemelos, de
apenas cuatro años, observaban absortos un DVD de dibujos animados. Apenas me
prestaron atención.
- Estos son mis hijos, Paul y Lewis. Mi padrino es el dueño
de este complejo. Como te decía, viajábamos toda la familia camino de la costa
y al llegar aquí decidimos hacer un alto para descansar y saludarle. Nada más
bajar del coche nos dimos cuenta de que algo no iba bien: Todos el mundo estaba
presa de los nervios porque se rumoreaba que en la ciudad había llegado el
caos. La televisión y la radio habían dejado de emitir noticias, todo era
confusión. Tras nosotros llegó otro coche del que bajó una familia sospechosa
de estar infectada. Entonces todo el mundo huyó despavorido, y solo nos
quedamos nosotros y mi padrino.
Mi marido y Lucas, mi padrino, encerraron ahí arriba a la
familia esa de podridos. Con los tres primeros no hubo problema, pero el cuarto
se resistió y le clavó un cuchillo a Lucas en el estómago. Pedimos una
ambulancia, pero no llegaba, y Lucas cada vez se encontraba peor, así que mi
marido decidió llevárselo al Hospital…. Yo no quería quedarme aquí sola con los
niños, pero él insistió en que este lugar sería el más seguro, …. Y bueno, eso
es todo, desde entonces han transcurrido ya cuatro días y no solo no hemos
tenido noticias de ellos, si no es que además tú eres la única persona que
hemos visto en todo este tiempo. Los niños son muy pequeños y no saben nada,
aunque echan de menos a su padre, pero yo ya estoy de los nervios.
- He de serte sincero, Ana. Los hospitales son estos días
lugares muy peligrosos, hiciste bien en quedarte aquí. Y bueno, lamento ser tan
brusco, pero dudo que tu marido y tu padrino estén vivos a estas alturas.
- No, no quiero martirizarme, Iván, no quiero seguir
pensando en ello. Eso que dices ya lo pensado muchas veces, y no quiero
volverme loca… dejémoslo estar. – Voy a acostar a los niños, y .… nada, si
quieres puedes darte una ducha, tenemos agua caliente, jabón y champú. Te
traeré ropa limpia – me dijo. Intuí una carga de deseo sexual tras esa frase, y
su mirada lánguida y su voz entrecortada no hacían sino confirmarme mis
expectativas.
Entré al baño, descorrí la mampara, y comprobé que
efectivamente allí había todo lo necesario para tomar una buena ducha. Así que
comencé a desnudarme y a amontonar mi ropa sucia en el bidet. Abrí el grifo del
agua caliente, y lo dejé correr unos segundos. Antes de entrar en la ducha,
tuve buen cuidado de dejar la puerta entreabierta, por si Ana quería examinar
la mercancía ….
Cuando terminé de ducharme, cerré el grifo y abrí la hoja de
la mampara, sujetando la toalla contra mi pelvis. Levante la mirada al espejo
y, a través del vaho crucé mi mirada con la de Ana durante un instante. Sus
ojos me observaban al otro lado de la puerta entreabierta. Pude ver como se
ruborizaba mientras desaparecía de mi ángulo de visión, así que me puse la
toalla en la cintura y salí del baño.
Los niños estaban ya dormidos, y Ana los había acostado en
su cuarto y luego había apagado las luces. Sólo la televisión y la bombilla del
cuarto de baño iluminaban ya la estancia. El deseo flotaba en el ambiente.
Me vestí con la ropa que me había preparado mientras ella
hacía algo para cenar. Me había elegido unos calzones muy sugerentes, una
camiseta negra que me estaba muy amplia y unos pantalones tipo militar. Me
sentaba todo muy bien.
Durante la cena me dijo que quería ir al Hospital, pero que
ella no sabía conducir. Su tono de voz era casi de súplica, pero lo cierto es
que yo apenas prestaba atención a lo que decía, embobado como estaba mirando
sus espléndidos pechos. Según pasaban los minutos, ya ni siquiera intentaba
disimularlo.
Recogió los platos de la cena y los llevó al fregadero,
mientras yo me senté rendido en el sofá, observándola hacer. Tomo una botella
de vino y se acercó hasta mi, sentándose a mi lado y ofreciéndome un vaso, que
acepté agradecido. Estaba muy cerca, y su olor me embriagaba de tal forma que
provocaba en mi miembro una firme erección.
Ana bebió un sorbo de su vaso y, luego otro. Al cabo de unos
pocos minutos, el vino hizo su trabajo, y sus mejillas empezaron a tomar color.
De repente, pareció liberada de sus prejuicios, y, tras una pausa gatuna,
maliciosa, comenzó a mirarme con deseo. Por fin, una sonrisa picarona asomo a
su rostro mientras se atrevió a preguntarme:
- Iván, dime… ¿Cuánto
hace que no te acuestas con una mujer? – preguntó maliciosa…
No respondí. Pero a ella no pareció importarle. Dejó su vaso
en el suelo y se arrodilló delante de mí. Sus manos se movieron rápidamente en
mi cintura y en apenas un segundo me había quitado pantalón y calzón. Ahí estaba mi miembro: excelso, eminente,
inhiesto y duro, esperando que ella lo engullera, lo que hizo con una maestría
que me sobresaltó.
Empezó a chupármela con una voracidad salvaje. Su caliente
saliva, los vaivenes sobre mi polla y la avidez de su lengua no me daban
tregua. - Detente un segundo, por favor – dije con voz entrecortada.
Sonrió y se incorporó unos segundos para desvestirse. Se
quitó toda la ropa en un instante y volvió a la carga. Parecía que tenía la
firme decisión de saborear mi semen... pero yo tenía otros planes, al menos de
momento. Así que la tumbé en el sofá y la contemplé en su desnudez absoluta.
Era perfecta. Algunas mujeres en la distancia corta son
menos apetecibles, pero este no era el caso. Ana tenía unos pezones muy oscuros
que devoré con mi lengua, mientras su pelvis se cimbreaba pidiendo guerra.
Palpé su chochito, húmedo y caliente, rasurado completamente apenas cinco o
seis días antes, – calculé -, seguramente el mismo día que salieron de viaje.
Llegó entonces el momento de comerse una deliciosa almejita,
lo que hice resueltamente. Ella empezó a retorcerse de placer, gimiendo sin
parar, y su respiración se agitaba cada vez más.
De pronto, sin siquiera esperarlo, sentí su caliente flujo
en mi boca, al tiempo que su cuerpo se contrajo y sus piernas se apretaron
contra mi. Había tenido un orgasmo. – ¡Qué rápidez!, - pensé, ….. pero ya su
voz me pedía volver al trabajo: - ¡¡Penétrame, fóllame ya, por favor!! – me
suplicó.
Así que la tomé por la cintura y sobre el sofá la puse a
cuatro patas. Inmediatamente ella separó sus rodillas, para dejar al
descubierto su espléndido culo y claro, su oscura y chorreante almejita. De
pronto, su mano derecha asió mi polla y la condujo directa a su chochito…. Así
que solo tuve que empujar… ella había hecho el resto.
Comencé a moverme dentro de ella despacio, disfrutando de
sus gemidos, y sintiendo su chochito ardiente en mi polla. Durante un par de segundos pensé que me iba a
correr enseguida, entonces me dije – “concéntrate chaval, o vas a dejar a este
pivón a dos velas“ - … Así que se la saqué un segundo para darme una tregua, y
aproveché el momento para pasar mi lengua por su culito….. ella se volvía loca,
gemía y gritaba a punto de correrse otra vez.
Cogí resuello y la volví a penetrar, esta vez con más violencia, con
vaivenes profundos, mientras veía como su cara se convertía en una lujuriosa
mueca de placer,… en pocos segundos volvió a correrse….. Tuvo un largo y
mojadísimo orgasmo que la duró casi un minuto,… hasta que finalmente sus
piernas cedieron rendidas y se desplomó sobre el sofá.
Me quede un segundo allí, de pie, empalmadísimo, ante esa belleza que acababa de caer sometida
a mi virilidad…. Pero ella decidió explorar nuevas rutas. Tras un breve
descanso en que aprovechó para chupármela con delicadeza, me musitó al oído: -
Mi culito quiere polla, campeón. Fóllatelo, por favor, fóllatelo muy despacio …
-¡Ahh, hacía muchísimos años que no tenía un orgasmo así ! - …. Termina el
trabajo, mi amor.
Volvió a la posición anterior y se metió un dedito en el
culo, para ir andando el camino. Luego volvió a cogérmela y esta vez orientó mi
capullo a su orificio posterior, esperando a que yo la penetrara, lo que hice
decididamente, aun a sabiendas de que resultaría de inicio doloroso para ella…
claro, luego el barrillo de mi pene lubricó su culo e hizo el resto. Mientras
esto sucedía, su mano derecha frotaba su clítoris con brío una vez más…. En
apenas un minuto volvió a tener un nuevo orgasmo, aunque esta vez mucho más
breve que el anterior….
Se volvió hacia mí, sonriendo, al tiempo que me soltó: –
Tío, ¡eres la bomba, una máquina!… - siéntate en el sofá y relájate, por favor,
me toca…. - te voy a hacer la mamada de tu vida – me susurró…
Volvió a la carga una vez más, su lengua sobre mi polla,
aunque ahora de una forma muy, muy profesional, centrándose en pasar su lengua
por las zonas mas erógenas, mientras levantaba su lasciva mirada hacia mi… A
estas alturas yo ya estaba muy trabajado, a punto de correrme… Así que cuando
su lengua recorrió mis testículos de
abajo a arriba para terminar engullendo mi polla repetidamente ayudándose de
sus manos y presionando sus labios en mi glande, me corrí como una bestia. Un
latigazo impresionante recorrió mi cuerpo …. un orgasmo que me dejó exhausto
varios minutos, sin poder articular palabra… Aquello fue el polvo del año.
Al cabo, unos ruidos provenientes del exterior nos
despertaron y consiguieron deshacer el hechizo, haciendo que volviéramos a la
realidad. Me asomé con cuidado a un ventanuco y divisé a un podrido que
merodeaba por la zona. Escudriñe el entorno con cuidado y no vi a ningún otro,
así que decidí salir a darle lo suyo.
Me vestí rápidamente y cogí la escopeta y la Katana. Salí
descalzo para no hacer ruido y le dije a Ana que cerrara con llave al otro lado
de la puerta.
- Enseguida vuelvo, son dos minutos. – le dije, quédate
tranquila.
Salí a la oscuridad, moviéndome sigilosamente al amparo de
la noche. Doblé la esquina de la gasolinera y allí estaba, apenas a quince
metros de mí, un podrido que en su día fuera un hombre de edad mediana, dando
golpes a la cristalera del restaurante.
Salí a su encuentro. – ¡Eh, tú, ven a por mi! – le grité - …
y corrí hacia el taller mecánico. El zombie salíó desatalentado tras de mí,
caminando a buen ritmo.
Yo alcancé la entrada al taller, entrando rápidamente, y me
quedé tras la puerta esperando a que apareciera el zombi. Sentí sus
atropellados pasos acercarse sin cautela alguna hasta la puerta. Así que solo
tuve que esperar a que sus brazos aparecieran ante mí, luego, inmediatamente solté un mandoble
cruzado de Katana. que le seccionó el cuello completamente. Su cabeza rodó como
una pelota hueca hacia el interior del taller, sus ojos todavía estaban
abiertos….
- ¡¡Agg, que ascó, coño !!-
me dije a mi mismo en voz alta, e inmediatamente arrastré su cuerpo
lejos del recinto, hasta que calculé que estaba lo suficiente lejos de la casa
para que no llegara el mal olor, dejándole en un hoyo y cubriéndole como pude
con tierra. Luego me marché sin mirar atrás.
Cuando volví, Ana me estaba esperando en la puerta,
- Gracias,
tío….. si tú no hubieras estado aquí, no se que hubiera sido de nosotros.
- No tienes
que darme las gracias, además, me considero muy bien pagado - sonreí
ladinamente. Ella me devolvió la sonrisa,
- vámonos a dormir -, me dijo, - es hora de descansar ….. ¿no crees?
- Sí, Quizás -
respondí.
Los primeros rayos de sol de la mañana me despertaron. Un
perverso reflejo en el espejo del dormitorio fue el culpable. Pero ya dice el
refrán que no hay mal que por bien no venga, así que, me levante unos segundos
a hacer un pis y me volví a la cama con la intención de follarme a Ana. Ella
estaba profusamente dormida, por lo que decidí comenzar a elevar su lívido
masajeándola la espalda y restregando mi polla en su culito. En apenas unos
segundos yo ya estaba completamente empalmado y ella comenzó a reaccionar
positivamente a mi propuesta, arqueando su
cintura como gata en celo. Decidí no esperar. Separé sus piernas
lentamente y la penetré sin más preámbulos. Al sentir la caliente humedad de su
vagina, mi excitación se elevó exponencialmente. – Te gusta mi polla, ¿verdad?
– la dije al oído… ella emitió un gemido de placer y se dejó hacer ….. Tras un
breve coito, Ana tuvo un orgasmo muy caliente que me hizo correrme de inmediato
dentro de ella. Fue magnífico.
Nos levantamos y aseamos y comenzamos a planificar el viaje
al Hospital en busca de su padrino y del cornudo del marido. A eso de las diez
de la mañana, levantamos a los niños. Mientras ella los dio el desayuno y los
aseó, yo preparé el 4x4 para el viaje. Una borrasca oscura que parecía traer
malos augurios asomaba en el horizonte. Probablemente llovería esa misma tarde.
A las once en punto, partimos en dirección a la ciudad.
Los niños, que parecían ser muy tímidos y hablaban muy poco,
jugaban a su aire con unos dinosaurios y unos transformers. De vez en cuando su
madre los regalaba alguna carantoña, e intentaba establecer algún vínculo
afectivo entre ellos y yo. Yo no quería desengañarla, pero aquellos niños y yo
no teníamos buen feeling…. Bueno, el caso es que apenas crucé palabra con ellos
durante todo el camino.
Tampoco tuvimos ningún contratiempo con los podridos. De ver
en cuando me parecía divisar a alguno, pero el desierto es muy inhóspito
incluso para ellos. Me gustaba aquel coche, era un Diesel de unos doscientos
caballos, automático, y con tracción permanente a las cuatro ruedas. Un
juguete, vamos.
Tras un par de horas de carretera, comenzamos a llegar a la
civilización. Las señales indicaban que la ciudad estaba ya cerca, apenas a
quince kilómetros, y los zombies, lógicamente, empezaron a dejarse ver. Comenzó
a llover con bastante intensidad, y la visibilidad comenzó a ser bastante
pobre.
Dejé la carretera secundaria que había sido mi compañera de
viaje los últimos tres días por una autopista de tres carriles que nos llevaría
directamente al Hospital. Por suerte, éste estaba en las afueras de la ciudad.
Ana comenzó a sentirse inquieta, y los niños también. El mal tiempo no nos
ayudaba precisamente, y los podridos, que cada vez eran más numerosos, tampoco.
Por fin apareció el hospital en lontananza. Reduje la
velocidad y puse el cambio manual, me sentía más cómodo conduciendo así. Llovía
cada vez con más fuerza.
Entramos en una rotonda que daba acceso al aparcamiento
principal del hospital cuando vimos veinte o quizás treinta podridos aporreando
lo que debía ser una caseta prefabricada, de esas que ponían en colegios y
hospitales durante las reformas.
Evidentemente allí dentro había alguien, y el olor humano le había
delatado.
Pedí a los niños que se echaran al suelo y a Ana que se
cambiara al asiento trasero con ellos. Había llegado el momento de hacerle
algún arañazo a aquel flamante Range Rover. Acerqué el 4x4 hasta la caseta
lentamente, y toqué el claxon del coche para llamar la atención de los podridos.
Enseguida comenzaron a venirse hacia nosotros…
durante unos segundos los dejé acercarse y aporrear las ventanillas del
coche, su excitación creció muy deprisa, el olor de cuatro humanos debía ser
insoportable para ellos….
Metí la marcha atrás unos cincuenta metros, para
seguidamente poner primera y segunda velocidad y lanzarme a muerte a atropellar
aquellos cuerpos flemáticos que en su día albergaron vida humana… Así lo hice
una y otra vez, repetitivamente, hasta que por fin solo quedó un emplaste
viscoso de carne y sangre por todo el asfalto….
Me bajé del coche y le pedí a Ana que se quedara dentro con
los niños. - Vuelvo enseguida, no te preocupes, pero pon el seguro. Voy a echar
un vistazo.
Ella obedeció de inmediato. Me dirigí a la caseta gritando
“¿¿Quién vive?? ¿Hay alguien aquí con vida? - …Pero no obtuve respuesta alguna.
La lluvia me estaba calando los huesos, y decidí abreviar, así que fui a la
puerta y comprobé que, como suponía, estaba cerrada por dentro. Así que me
retiré un metro y apunté directamente
con la escopeta a la cerradura. Disparé y de inmediato la puerta se
abrió. Pasé dentro huyendo de la lluvia, pero el espectáculo que apareció ante
mi era muy desagradable.
El cadáver decapitado de un varón ocupaba el centro del habitáculo.
Su muerte se acababa de producir, apenas unos minutos antes, porque la sangre
aún no se había coagulado. Ello explicaba la excitación de los podridos que
cercaban la caseta. A su lado estaba los restos de un zombi, probablemente
alguien que había sido infectado anteriormente y que había mutado estando allí
encerrado. También su cabeza estaba seccionada, aunque solo parcialmente. Al
fondo de la sala estaban los restos de una mujer, probablemente una doctora del
hospital. Tenía toda la pinta de haberse cortado las venas voluntariamente, ….
Un bisturí a su lado era la prueba palpable, y a su izquierda estaba la
explicación a las cabezas seccionadas… Una Katana. samurai, pero…. ¿Cómo
cojones había llegado una Katana. a aquel hospital?
Revisé los cadáveres buscando su documentación y teniéndome
lo peor. El carnet de conducir del podrido decía que se llamaba Lucas Alcazar…
la doctora era Amal Mashlab, tenía rasgos árabes. El decapitado, un hombre
joven, Europeo, de nombre William Woolf. Tuve un mal presentimiento.
Finalmente volví al coche. Ana quitó el seguro y entré a
salvo de la lluvia.
- ¿Qué sucede allí dentro? – me preguntó. En su mirada solo
había miedo y desasosiego.
- ¿Cómo decías que se llama (el cornudo) tu marido? –
pregunté con una mueca seria.
- Bill, .. bueno … William, claro, Su nombre de pila es
William. William Woolf.
Arranqué el coche, miré a Ana fijamente: - Venga, vámonos de
aquí, …ya no hay nada que podamos hacer, aquí solo hay muerte por todos los
lados…
Ella palideció un instante, y enseguida, sin darme tiempo a
reaccionar, abrió la puerta del coche y salió corriendo hacia la caseta,
necesitaba confirmar el mensaje.
Decidí dejarla sola. Al cabo de un minuto o menos, volvió
sobre sus pasos. Su rostro estaba desencajado, pero ni una lágrima en su cara
para que los niños no sospecharan que eran ya huérfanos de Padre.
- Vámonos ya, por favor – me dijo.
Conduje huyendo de la ciudad sin rumbo fijo durante unas
horas más. La lluvia empezaba a retirarse y a ratos escampaba. Los niños se
habían dormido y Ana parecía un espectro, el dolor y el cansancio habían
mellado en ella y su belleza se resentía. No, no tenía buen aspecto
precisamente.
Huía de la civilización otra vez, y empecé a dar vueltas a
aquella situación en la que me encontraba. Por un lado, tenía a mi lado a una
mujer preciosa, y me apetecía mucho disfrutar de su cuerpo y de su compañía.
Pero había un lado oscuro: Los pasajeros del asiento trasero, y ese lastre no
me agradaba precisamente.
Avanzábamos hacia poniente. El sol se ponía tras unas lomas
a mi derecha. El culo me dolía tras varias horas conduciendo y estábamos todos
cansados. Los niños estaban insoportables. Los niños no me gustan, lo
reconozco, tengo poca empatía con ellos, sus llantos me sacan de quicio. Necesitaba
dejar de escucharlos y pensar en cómo salir de esta situación tan embarazosa.
Alcanzamos una rotonda que señalizaba el camino a lo que me pareció que podría
ser una finca, un hotelito o algo así.
Decidí dejar la carretera y avanzar por el camino de tierra, había
llegado el momento de descansar.
Tras tres o cuatro kilómetros de camino, apareció lo que
efectivamente tenía aspecto de ser una casona de campo, una finca de gente
bien. Ningún podrido a la vista. La noche se echaba encima y no podíamos
andarnos con remilgos. Aparqué en la puerta, cogí las armas y dije a Ana que se
hiciera cargo de los niños y me siguieran.
Entramos al patio de la finca. Se divisaban dos edificios.
Uno más pequeño que probablemente fuera la casa del servicio de los señores. El
grande, de tres plantas, con todas las ventanas cerradas no me gustó un pelo.
Además, no teníamos tiempo de investigar si era suficientemente seguro o no,
demasiado grande y demasiado tiempo se nos iría en ello.
Entramos en la casita de los criados. No había luz
eléctrica. Dos dormitorios, un baño, una cocina y un cuartito de estar. Todo
olía a cerrado, allí hacía tiempo que no habitaba nadie. Una pequeña despensa
llamaba la atención porque estaba totalmente vacía, igual que el frigorífico.
La impresión que daba aquello es que los habitantes habían huido de forma
planificada, llevándose alimentos y ropa. Las camas tenían solo las sábanas, no
había mantas.
- Venga, todos a dormir, dije. – Saqué las mantas que cogí
en el hotel la noche anterior, cerré la puerta atrancándola desde dentro y
aseguré ventanas. Solo la luz de la linterna nos iluminaba. No desvistas a los
niños, esta noche dormiremos vestidos… por si acaso.
Ana hizo las camas y acostó a los niños. Tardaron bastante
en dormirse. Nosotros ocupamos el otro dormitorio, aunque dejamos las puertas
abiertas. Como no hacía frío, eché la manta hacia atrás. Debí quedarme dormido
enseguida, estaba rendido. Pero recuerdo que Ana se durmió abrazada a mí.
A la mañana siguiente, unos ruidos me despertaron. Me
levanté rápidamente y vi como Ana abría los ojos. La puse la mano en la boca
mientras la hacía gestos de que no hablara ni se moviera. Me acerqué
sigilosamente a mirar a través de las lamas de una persiana. Mis peores
presagios se confirmaron. Zombis, muchos zombis estaban entrando en la finca.
Volví a la cama y le dije a Ana que preparara todo para intentar huir.
– Despierta a los niños con mucho cuidado y en silencio.
¡Qué no hablen o estamos perdidos! – No sabemos cuántos hay ahí fuera. – Esto
tiene mala pinta.
Volví a la ventana mientras ella, muerta de miedo,
despertaba a los niños. Comprobé la munición: Si no fallaba ningún tiro, podría
cargarme al menos a treinta podridos. En el coche había más munición, pero
quizás no pudiéramos llegar a él.
De pronto uno de los niños empezó a llorar. – ¡¡Oh, no!! –
Aquello fue nuestra perdición. Ya no teníamos nada que hacer. En pocos segundos los podridos nos oyeron y
empezaron a aporrear puertas y ventanas.
- Bien, escucha, Ana, esto vamos a hacer. Tú cogerás a un
niño en brazos, el otro irá conmigo. Toma esta pistola. Tienes que disparar a
los podridos a la cabeza, apúntalos siempre a la boca o a la nariz. Debes
conservar la calma y disparar suficientemente cerca para no errar el tiro.
Camina siempre detrás de mí, y dispara solo a los que se acerquen
peligrosamente. Del resto me encargo yo. Nuestro objetivo es llegar al coche.
Si cuando lleguemos fuera no fuera posible llegar al coche, hemos de correr
camino abajo hasta el arroyo que estaba a un kilómetro de la casa. Corre con
todas tus fuerzas, porque nos va la vida en ello. ¿De acuerdo?
- Entendido, venga, vamos allá, abre la puerta y salgamos de
aquí – me contestó.
Abrí la puerta, y disparé sucesivamente a los tres podridos
que se abalanzaron sobre mí. El crío que llevaba en brazos no dejaba de gritar.
Era complicado manejar la escopeta con una sola mano, pero me las
arreglaba. Eché un vistazo rápido al
entorno de la casa. Bueno, la situación no parecía tan mala como había
presumido antes. Apenas había veinte podridos.
- Corre, venga, salgamos de aquí – dije a Ana.
Salimos pitando hacia las puertas, atrayendo a los zombis
hacia nosotros, como si fuéramos imanes. Cuanto más cerca de la puerta
principal estábamos, más zombis había. Un disparo, dos, tres …. Todos iban
cayendo, uno tras otro …. Ana disparó su primer tiro y falló, me volví a
ayudarla y abatí a un podrido a menos de un metro de ella. Estaba presa de los
nervios. El coche estaba todavía a veinte metros y había muchos podridos. –
-¡¡Corre, corre, sal fuera ya, al coche!! – grité, la cosa
estaba muy fea.
- Cruzamos la puerta después de abatir a otros tres podridos
más. Ana a uno y yo a dos, teníamos ya el coche apenas a diez metros y lo peor
parecía haber pasado. Me separé de ella dos o tres metros, apunté a un podrido
que nos cortaba el camino. La escopeta
se había encasquillado, durante unos dude.
- Rápido, dame la pistola - dije mientras giraba hacia ella
– Pero cuando me di la vuelta, un podrido se había echado encima de Ana y de
Paul. Sus zarpas habían hecho presa en la cara del crío, desgarrándole la
carótida.
Ana se giro y por fin
disparo al zombi, primero en el pecho
sin inmutarse y luego en la frente, cayó fulminado.
- ¡¡¡Ay, mi niño, ni niño!!! – Paul, Paul!! -gritaba Ana -
¿Estas bien? –
Pero el pobre Paul había recibido un zarpazo mortal de
necesidad. Su carótida había sido seccionada brutalmente. Todo en torno a él
era sangre, yacía en brazos de su madre agonizando.
Yo tenia la escopeta encasquillada y los podridos a punto de
agarrarme cuando Lewis saltó de mis brazos corriendo hacia su madre
aterrorizado, no pude sujetarlo. Los
podridos lo atraparon, en unos segundos se convertiría en su aperitivo. Varios zombis empezaban a morderlo y a tirar
de sus piernas y brazos, el gritaba y llamaba a su mama.
Aquella madre herida levantó su perturbada mirada,
totalmente perdida. Ana ya no era aquella dulce y preciosa mujer. Había perdido
la razón, de un momento a otro los zombis se la echarían encima. Levanto la pistola
y disparó a Lewis en la frente (aun no se si apuntaba al niño o a los zombis) y
luego cayo de rodillas, levanto la pistola y se pegó un tiro en la sien. Entre
ambos disparos no transcurrieron dos segundos. Me quede paralizado, sin poder
reaccionar…afortunadamente para mí los podridos tenían alimento y yo unos
segundos de margen.
Agarre la escopeta por el cañón y le aticé al zombi que se
interponía entre el coche y yo, al fin llegué al Range Rover, abrí el coche,
por fin. Entré dentro y eché el seguro.
Arranqué aquel poderoso motor y salí pitando marcha atrás….
- Ufff, que poco ha faltado – suspiré .
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